15- LOS MAYOS Y LAS COPLAS

En muchos pueblos y aldeas de las comarcas valencianas del interior, con Castilla y La Mancha, la noche límite entre abril que fenece y que empieza, se cantan los mayos. Es una especie de cantata, coplas y cancioncillas que algunos van cantando y otros repiten, dedicadas a glosar la belleza y hermosura del elemento femenino. Pero, en primer lugar se canta el mayo a la Virgen María: todo el pueblo congregado ante la iglesia o templo parroquial entona y dedica una especie de oración a modo de Salve, y al final, inveteradamente se le adjudica su mayero, San José, “del linaje de David, de familia santa”. Y después, la ronda de mozos va cantando a las muchachas del pueblo, a todas y cada una, desde la niña recién nacida hasta la moza soltera ya entrada en años. Toda la población femenina, presumiblemente virgen, escucha, complacida y alborozada desde su lecho, los mayos que van retratando su belleza de pies a cabeza para terminar emparejándola con el mozo a quien parece inclinar sus preferencias, si ya está en edad de merecer; y de igual forma se hace con cualquier niña adjudicándole al niño o chicuelo que a juicio de los copleros convendría y agradaría a la familia y allegados de la niña en cuestión.

Se comienza el mayo cantando:

 Estamos a treinta

 del abril cumplido,

 mañana entra mayo,

 mayo bienvenido.

y sigue:

A la puerta de este templo

llego rendido y postrado,

solicitando licencia

para cantaros el   mayo.

preámbulo obligado del mayo a la Virgen María

De igual manera comienza el de las muchachas:

 A tu puerta linda dama

 llego rendido y postrado,

                solicitando licencia

 para cantaros el mayo.

Claro está que el mayo de las mozas puede recaer en algún mozo con el que no se contaba, y hasta podría ser causa de cierto malestar, y entonces, al terminar se suele decir también con música:

 Si el mayo no ha caído a gusto,

 perdona mi atrevimiento,

 pues no soy hombre tan sabio

 que adivina el pensamiento.

Pero de cualquier manera, la costumbre, el encanto de una noche hecha caricia prolongada, ensueño y complacencia general, quedan siempre refrendados por y en el alma del pueblo, en toda su enorme dimensión de sentires y decires, como un sello de singulares vivencias, una corriente de simpatía y buena voluntad que imprime carácter de benevolencias totales y mutuas.

Alguien ha querido ver cierta mágica atracción o esotéricas connotaciones en esta primera alborada de mayo, con la tradicional cantata mayera, mitad religiosa, mitad profana. Pero se puede asegurar que no hay magia ni embrujo; únicamente sencillez y cordialidad elogiando el alma y el cuerno de la mujer, en un rosario de piropos, en un requiebro interrumpido de metáforas y alegorías, para ensalzarla y proclamarla reina y señora de la vida.

Y todas las mujeres, abuelas, madres, hermanas, hijas y nietas, esperan y viven el mayo las unas con añoranza y recuerdo, las otras con ilusión y esperanza, porque saben que allí vive y aflora el cariño, el generoso afecto, el amor, la imaginación, la alegría, la dulzura, la admiración y la ternura. Es un retrato corporal preparado, como joyel magnífico, para atesorar las del alma femenina.

Pero además, en esa noche, una vez dado a Dios y a la Virgen lo que es de que los mozos inicien la ronda mayera, hay, en esa asamblea popular congregada  a las puertas de la iglesia, una especie de bula para que cada cual pueda expresar sus plegarias, ruegos, quejas, amarguras y sentimientos  con llaneza y hasta con mordacidad, desbordando convencionalismos y forzados silencios, para fustigar todo lo que de mal ha sucedido en el pueblo en el transcurso del año o para criticar  o situaciones cómicas y hasta nefastas; y no se libran de ello ni el más alto, ni el regidor más eficaz, ni el subalterno más obediente.

Son las coplas: unas contra esto y aquello, otras por algún beneficio recibido expresando gratitudes, algunas rogando y solicitando gracias celestiales, otras diciendo sin trabas todo lo que se siente y se quiere. Son las comentadas después por el vecindario con sonrisas y carcajadas casi   o con cara de circunstancias por quienes se han sentido aludidos en algún caso. De cualquier forma, no se concibe finalizar el mayo a la Virgen sin el colofón de las coplas; y ello en cualquier situación, en cualquier circunstancia. Si hay que poner en solfa a alguien o a algo, se pone y canta públicamente, y en paz. Hasta otro año.

Era un año del primer cuarto de nuestro siglo. Había llegado el 30 de abril y había que cantar, como siempre, los mayos, y esperar las subsiguientes coplas satírico-festivas como despedida, que alguien se encargaría de decir en público, como sucedía muchos años, por algún hombre que lo tenía por costumbre o por quien menos se esperaba. Porque aquel año habían pasado demasiadas cosas en el pueblo y se prestaba su temática para que alguien dijera cosas sustanciosas. Y es que un año es muy largo cuando no se nada en la abundancia o cuando se sufren penas y contrariedades; y aquel año había sido demasiado largo para muchos vecinos. Era lógico esperar alguna crítica y muchos lamentos en las famosas coplas.

Ya al anochecer, la casa del tío Zurdo era un hormiguero: el ir y venir de sus vecinos era constante. Querían que aquel año fuera sonado, organizándose bien los mayos a la Virgen para que no hubiera duda de su ferviente religiosidad, y pasar seguidamente al asunto de las coplas. se cenó en casa del tío Zurdo y pronto volvieron a acudir vecinos próximos y menos próximos a la reunión preparatoria de los mayos: allí, los músicos cantores verificaban su ensayo, y allí se inventaban las coplas más o alusivas a la situación actual del pueblo y a la labor anual de sus dirigentes municipales. Aquel año acudieron a la tertulia mayera, además de conspicuos veteranos, otros aspirantes al copleo; allí estaban los Zequielos los Pinchampones, los Pijines, los Cuervos, los Montones, los Pericos, Chiquitines, los Lobos, los Juanrabos, los Patojos, los Cuelgues, amén Anciano, el Rurniento y otros varios.

Aquel año el cacicato había campado a su albedrío y capricho, y en el reparto de Consumos los elementos contrarios a la política imperante en el momento habían sufrido el rigor de algunas injusticias; varios vecinos se habían visto obligados a pedir dinero prestado, o a comprar de fiado en los comercios para ver si podían pagar a Tosamos, y la cosa andaba turbia, pues hasta la naturaleza parecía haberse confabulado en contra enviando hielos que casi remataron la esperanza de la cosecha, avecinándose contratiempos en la pérdida de jornales fijos o de temporada. Podía decirse que era ya un año malo. Y había que pedir ayuda a la Virgen en las coplas de súplica; y había que cantar claro contra lo que no estaba muy claro, porque contra los designios del Cielo nada se podía hacer, pero contra los designios y tejemanejes de los hombres, eso era harina de otro costal. Y allí había que atacar con coplas aunque levantaran ronchas en algunos pellejos.

Sobre todo en casa de Pinchatnpón, Perico el de la Cana, Pedro el Lobo, y algunos más ya casi se pasaba hambre. Y eso que medio tuvieron que hipotecar hasta sus viviendas para poder subsistir hasta entonces. El caso era que las tres casas fueron a parar al dominio del tío José, comerciante mayor del pueblo, a quien en verdad no se podía achacar culpabilidad en los males que aquejaban a la población. Simplemente vendía o facilitaba comestibles y ropas por el sistema del fiado hasta una fecha fija determinada; y unos podían pagarle y otros no podían hacerlo, y siendo notorio que no había usura en sus operaciones de compraventa, ya era más notorio todavía que, poco a poco, casas, corrales, huertas, olivares, etc. caían en sus manos. Pero el tío José seguía prestando y fiando y casi siempre dejaba en usufructo a sus antiguos dueños, mediante un rento asequible, las pequeñas propiedades que había adquirido así.

Nadie dudaba de que el tío José era una buena persona, casi imprescindible el pueblo, aunque obrara con su cuenta y razón. Pero lo que no caía las gentes era aquel famoso reparto de los Consumos o contribución de Utilidades para el sostenimiento del propio Ayuntamiento. Por lo visto se prestaba a las mayores arbitrariedades y cacicadas, pagando casi siempre el pato quien menos podía y quien menos debía pagar las consecuencias de las luchas y enconos partidistas.

En el mes de marzo anterior hubo un conato de rebelión popular, y hasta que intervenir la guardia civil para disolver una manifestación cuando recaudador de impuestos quiso embargar los muebles y enseres de la casa del tío Chacón, a lo que el pueblo en masa se opuso; y no hubo sangre de pura casualidad. Por eso los ánimos estaban soliviantados, y por algunas cosas más, aunque de menor cuantía.

La cantata de los mayos y, especialmente, de las coplas, en aquel año y ocasión, se auguraban de mucha enjundia, crítica y hasta de amargos reproches para alguien o para algunos.

La puerta de la iglesia se abrió de par en par. El señor cura encendió las luces del templo. Las gentes ya estaban apiñadas ante el portón, los músicos ya preparados, los cantantes solistas y el acompañamiento general del pueblo esperaban el comienzo de los mayos a la Virgen de Loreto.

Tras un breve y profundo silencio las guitarras y vihuelas, un violín y una mandolina rasguearon los primeros compases, iniciando el violín la tradicional melodía. El trío de solistas -el Anciano, el Ruiniento y el Zurdo­ entonó la primera estrofa que repitió el coro general; y así sucesivamente toda la oración mayera en honor de la Virgen, terminando, como siempre, adjudicándole a San José la celestial compañía.

Parecía que aquel año se habían dado demasiada prisa. Y es que, con perdón de Nuestra Señora, parece que los ánimos se habían decantado a lo que vendría después. Así, pues, empezaron las coplas:

El tío Perico el de la Cana lanzó al aire su cantar:

 Adiós, amigo José,

 hombre de mucho talento,

 que me has quitado la casa ...

¡ también has jo.., al Lobo

Y, como aquello no rimaba ni pegaba, la gente prorrumpió general carcajada, que mosqueó al bueno de Perico, quien reconoció caía en verso, pero que tenía mucha miga Así era, efectivamente. La que tenían también todas las coplas que vinieron después.

El tío Zurdo cantó con su potente voz:

 Virgen santa de Loreto,

 te pido con devoción.

 que nos quiten los Consumos

 o habrá una revolución.

Y el tío Juan José, el Anciano, con su voz tímida, cantó con pena y amargura:

Virgen Santa de Loreto,

 en mi casa solo hay riñas:

pues se me murió el gorrino

 y ayer se helaron mis viñas.

Y Saturnino, el Cojo, que estaba un poco enfadado con el bando dominante echó su cuarto a espadas diciendo con resolución:

Virgen Santa de Loreto,

 a ver si bajas los humos

de quien hizo bandidaje

al repartir los Consumos.

Después sucesivamente varios copleros improvisaron sus cantares ma­nifestando sus ansias, desvelos y amarguras, solicitando el favor de la Virgen, arrimando el ascua a su sardina. Como un año más, pero algo más. cargado de bombo; porque aquel año merecieron salir en coplas más de cuatro, especialmente los que mangonearon el cotarro a su capricho y permanecían agarrados a la teta municipal amparados por los pucherazos con que se dirimían contiendas electorales.

Poco a poco, terminado el repertorio, fue desfilando la gente hacia sus hogares comentando el intríngulis de algunas coplas. Y la ronda de quintos comenzó su serenata mayera en una punta del pueblo para acabarla bien entrada la mañana en el otro extremo.

Durante los meses siguientes hubo un cierto temorcillo y algo de en los ambientes; parece como si se meciera la enemistad y la intranquilidad ante posibles represalias o desafueros.

Pero las cosas fueron a su cauce normal de convivencia ante las recomendaciones del tío José y sus aláteres, hechas con aplomo, con verdad justicia, ante los munícipes intransigentes.

Y cuando hubo de formalizarse el nuevo reparto de Consumos, cuya ocia era necesaria para atender los servicios del Municipio, fueron convocadas todas las fuerzas vivas, dirigentes y opositoras, y entre todos, ajustándose a la más estricta razón y equidad, hicieron las cosas bien, como manda. Así nadie tendría que salir en coplas.

Y, en efecto, al año siguiente las coplas de los mayos cambiaron de intención. Y hubo bromas y chistes. Y suplicas a la Virgen. Pero nadie rechistó contra nadie.