16- LA
ROGATIVA QUE GANO SAN
FRANCISCO JAVIER.
Era costumbre,
que venía de antiguo, hacer rogativas o cierta clase de
plegarias para impetrar la ayuda del Altísimo, por mediación de
la Virgen María y de los Santos con devoción arraigada en la
propia localidad, rogando el envío de la lluvia bienhechora para
mitigar las prolongadas sequías que azotaban la ya pobre
agricultura de estas tierras altas de secano.
A solicitud, casi
siempre del vecindario y sus autoridades, los párrocos accedían
a realizar procesiones, rezos y plegarias con tal motivo y
exclusiva finalidad. Hay que decir, en honor a la verdad, que
unas veces llovía y otras no. Pero la fe es capaz de quebrantar
peñas, y la devoción particular a algunas imágenes sagradas era
tal, que aquellos actos se convertían en una verdadera
manifestación devota y esperanzadora, de tal naturaleza, que
llegaba a la exaltación y al llanto, al júbilo o al desconsuelo
más extremados. Por eso, todo aquello era como un arma de dos
filos: si resultaba bien, el aplauso y devoción a la santa
imagen trascendían hasta la exageración; si resultaba mal, el
pesimismo calaba y ensombrecía los ánimos, apagando la no muy
bien sustentada fe hasta términos extremos también.
Pero se hacían
las rogativas. Y en aquel pueblo era una costumbre que se
verificaba muy de tarde en tarde y, lo que son las cosas, casi
siempre solía salir y resultar bien: gracias a Dios.
Corría el mes de
mayo y se acercaba junio; y sin caer ni una gota desde hacia
cuatro meses; ni aun en el invierno nevó aquel año, con lo que
los campos estaban más que sedientos, estaban resecos y
agrietados, las plantas
mustias y raquíticas, los montes sin una mata de broza; todo
eran pinchos, espinas, abrojos y matorral con la angustia de una
sed prolongada; era casi la muerte sin remedio en el mundo
vegetal, y, por añadidura y consecuencia, la nulidad de
cosechas. Hasta los manantiales que tradicionalmente brotaban
por caños y resudaderos se habían agotado; y algunos pozos, de
los que se surtían los ganaderos y pastores para abrevar sus
ganados, descendieron su nivel de tal manera que amenazaban con
secarse de no llover pronto y en abundancia.
Las gentes
estaban preocupadísimas; el pueblo llano se lamentaba, los
ediles del Concejo se hacían eco de aquel lamento popular. Y,
viendo que el cielo no se nublaba y que el sol seguía abrasando
y derritiendo tierras y hierbas, alguien pensó que debería
hablarse al señor cura párroco y apelar, como lo manda la Santa
Madre Iglesia, al Altísimo con rezos y penitencias: en resumen,
con las rogativas que para estos casos tiene la Iglesia
establecidas. Y así, pensado y hecho, todo fue uno.
Era costumbre,
como un rito ancestral, el intercambio de las imágenes de
Vírgenes y Santos más venerados entre dos localidades vecinas.
Así, en el caso que nos ocupa, se trasladaban procesionalmente
la Virgen de Loreto y San Francisco Javier: la primera desde
Venta del Moro y el segundo desde Jaraguas ; se juntaban ambas
procesiones en la Casa Segura y, allí, tras las impetraciones y
rogativas recomendadas por el ritual católico, se hacía el
intercambio mutuo de las sagradas imágenes, que eran trasladadas
a la población y templo distintos de su patronazgo. Allí solían
permanecer una semana, al cabo de la cual, indefectiblemente, se
verificaba el destrueque y nueva marcha procesional al lugar a
que pertenecían.
Y como es natural
y lógico, así se acordó, fijando y anunciando su realización
para el próximo domingo en su primera fase; y al domingo
siguiente, la segunda.
Los miembros de
la Mayordomía de la Virgen de Loreto se reunieron en sesión
extraordinaria para tratar lo concerniente al traslado de la
Patrona, la procesión, las rogativas, etc. Presidía la sesión el
señor cura. Era Don Jesús hombre de genio, buen sacerdote, que
no se dejaba manejar, dirigir ni avasallar por nadie. Por
entonces, la Mayordomía estaba dirigida por las cuatro CES: es
decir, los Cárcel, Castillo, Cabanes y Cano (en otras épocas
fueron sus dirigentes los hombres de las PES: Pardo, Pérez,
Pedrón) y no se ponían muy de acuerdo en cuanto al protocolo,
presidencia,
procesión, hasta que con muy buen
criterio el cura dijo que allí y en aquella ocasión mandaba él,
porque si se trataba de pedir la lluvia del cielo para los
sedientos campos, lo de menos era quién habría de llevar las
andas y quién habría de presidir las ceremonias”. Así fue que
echó por el camino de en medio y proclamó al día siguiente que
todo el pueblo tenía derecho a portear la santa imagen de
Nuestra Señora hasta la Casa Segura, así como traer al pueblo la
imagen de San Francisco. Y, según habló el buen cura, allí no
había privilegios para nadie, pues lo mismo valía para la Virgen
de Loreto los Gómez que los Martínez, que los López, que
cualquier otro apellido..., con tal de que supiesen y quisiesen
rezar, aunque fuera a su manera, para pedir lo que tanto
necesitaban. Y, sobre todo, pedirlo con fe; pues sin fe ni
esperanza ni caridad no se conseguiría nada... Y también
advirtió, primero a la mayordomía, y después a todo el pueblo,
que “mucho ojo con llamar a San Francisco Javier, Santo Tuerto”,
pues si la imagen tenía un ojo un poco bizco fue por un pequeño
accidente al caerle un algezón de yeso cuando se arreglaba la
techumbre de su iglesia jaragüeña.
La verdad era que
aquella denominación tan poco caritativa y hasta un tanto
burlesca se la habían inventado los mozos del pueblo para
zaherir a los mozos de la aldea, con los que en ocasiones había
habido algunos encontronazos. Y, la verdad sea dicha, aquello de
“Santo Tuerto” no gustaba al elemento piadoso de uno y otro
lado, y menos al señor cura que tenía que regir y gobernar, como
parroquia e iglesia sufragánea, respectivamente, ambas
poblaciones.
Por otra parte,
en la aldea, cuando el señor cura reunió a los cofrades de San
Francisco, entonces dirigidos por las familias de los
Monteagudo, los Pérez y los Nuévalos, se invitó a toda la
población, y allí, ni por asomo se trató de prepotenciar ni de
discriminar a nadie. Cederían a su San Francisco Javier y se
traerían en procesión a la Virgen de Loreto, y durante una
semana le pedirían con fe e insistencia lo que tanto
necesitaban, la lluvia benéfica, el calmante de sus desgracias
presentes y la esperanza para el futuro del año y años
siguientes.
Tras estos
preparativos y disposiciones llegó el domingo. !Qué lástima que
no hubiera entonces un helicóptero para presenciar casi
simultáneamente lo que pasaba en una y en otra procesión
caminando a su mutuo encuentro!
Hasta la salida
de las poblaciones, ambas procesiones siguieron el natural orden
de estos actos, pero ya en pleno camino las gentes se mezclan y
confundían unos con otros, formando reuniones abigarradas, en
andas y en medio a la sagrada imagen entre cánticos, oraciones,
aclamaciones y entusiasmo colectivo: !Viva la Virgen de Loreto!,
¡e llueva, Virgen de Loreto!, !Viva San Francisco Javier!, !Que
llueva, Francisco! Y así muchas veces, y otras muchas peticiones
en clamor de multitud.
Se comentaba días
después, que solamente en el pueblo y en la aldea habían quedado
algunos viejos imposibilitados, algunos enfermos y los dos o
tres medio ateos que decían no creer en nada ni en nadie. Los
demás, todos, ancianos y niños, mujeres y hombres, madres con
sus hijos pequeños a cuestas, padres en igual disposición, mozos
y mozas turnándose para llevar la imagen en andas, alegría
juvenil dentro de la tristeza general por la pertinaz sequía,
pero con la esperanza ilusionada de que llovería, de que se
verificaría aquel milagro... Y eso que lo del milagro no se veía
muy claro, pues había amanecido un día espléndido y el sol
empezó ya a media mañana a calentar como una lumbre que se
burlara de aquella manifestación de fe en la divina Providencia.
Las demás aldeas
del municipio, todas afectadas igualmente por la total ausencia
de lluvias desde meses atrás, se habían sumado también a la
rogativa saliendo juntos y en unión con el vecindario del
pueblo. Aquello, de verdad, era una multitudinaria manifestación
de ruegos, de cánticos, de peticiones, de mal contenida
angustia, de fervor popular rayano en la histeria... Y así era
porque obligaba la necesidad, porque no había más remedio que
poner en manos del Todopoderoso lo que únicamente Él podía
resolver, según creencia y fe de los manifestantes.
Y cuando las dos
procesiones se encontraron junto a la Casa Segura, en una
explanada frente al caserío; y cuando unos y otros se hicieron
cargo de la imagen intercambiada para volver con ella a su
respectivo lugar, el señor cura procedió a impetrar los ruegos
de ritual, los acompañantes más significados de ambos lados se
dirigieron a los circunstantes, y las canciones, y los gozos,
los versos improvisados, las aclamaciones y peticiones de favor
se hicieron unánimes, de tal modo que, hasta los que por
circunstancias estaban enemistados se convirtieron, en aquel
momento, en miembros fraternos de una misma comunidad; y es que
en los momentos de apuro es cuando se ve y se pone a prueba la
hombría y la seriedad.
Los de la aldea
se llevaron a la Virgen de Loreto hacia su lugar y ermita; los
del pueblo alzaron a San Francisco en andas y se dirigieron en
procesión a su iglesia. Y las escenas de lagrimeo y emotivas
despedidas pusieron colofón en uno y otro lado a las ceremonias
rituales. Y, primeramente vibrando en los aires con fuerza las
cantadas oraciones, y poco a poco disolviéndose, a medida que se
alejaban, los himnos y ruegos en la luminosidad del pleno día,
como una grey apiñada desfilando en ambas direcciones, fueron
separándose y desapareciendo en los horizontes.
Unos dijeron que
fue la Antonia, otros que la Luisa o la Carmen, quien
primeramente divisó una tenue nubecílla hacia poniente. Se dijo
que, al principio, nadie dio importancia a la nube aquella pero
el caso fue que en un tiempo de dos horas, poco más o menos lo
que costó a una y otra procesión el regresar a su respectiva
localidad, se cubrió casi totalmente el cielo y empezó a caer un
aguacero de tal intensidad que hubo necesidad de cubrir la
imagen de San Francisco con ropas de los porteadores hasta su
entrada en el templo parroquial.
Nadie puede
imaginarse la alegría del pueblo que rodeaba con singular amor
la imagen del taumaturgo San Francisco Javier, y no hubo más
remedio que recorrer con el Santo las principales calles,
convenientemente cubierto, pues la lluvia continuaba con
abundantes muestras de seguir y proseguir.
Verdaderamente
fue el apoteosis. Y un tontaina, al que se le ocurrió gritar: ¡
Viva Santo Tuerto!, cayó redondo al suelo de un tremendo bofetón
que le propinó el mozo más fornido del pueblo, ¿Qué no sabes que
se llama San Francisco Javier? ¡ Vamos a ver si lo aprendes
pa siempre!
Aquel atardecer
alguien fue a la aldea para ver si por allí había llovido,
preguntando por todas partes cómo había terminado la procesión
con la Virgen de Loreto, viéndose sorprendido de que por allí,
según decían, había llovido algo, pero no con la cantidad e
intensidad que todos deseaban. Incomprensible misterio que
corrió de boca en boca y de imaginación en imaginación, dando
vueltas al cerebro ante lo inexplicable del hecho. Porque, la
verdad, por la aldea sólo habían caído cuatro gotas, seguramente
las reminiscencias de algún nubarrón desprendido del nublado que
tanto llovió por el pueblo principal, sus alrededores y hasta
por las demás aldeas
Pero como el
tiempo parecía favorable a continuar con las lluvias, las gentes
esperaron confiadas y alertas hasta ver lo que sucedería cuando,
al domingo siguiente, se procediera a devolver cada imagen a su
verdadero y tradicional trono...
Las cándidas y
buenas gentes de aquellos lugares que acudieron otro domingo con
sus respectivas imágenes santas a efectuar el destrueque, tras
una semana en que apenas llovió aunque permaneció el cielo
cubierto, no llegaban a creerse lo que estaban viendo. Cuando,
realizado ya el cambio, cada procesión se dirigía con fervor y
entusiasmo hacia su respectivo lugar, observaron como una densa
oscuridad se enseñoreaba de los ámbitos celestes hacia la parte
aldeana, y un tremendo aguacero vino a recibir, como en triunfo,
a San Francisco Javier a la entrada de su aldea; y fue tan
copioso que hasta la rambla creció y creció de tal manera que se
temieron inundaciones por toda la cuenca de la Albosa. Por la
parte del pueblo llovió algo... sumándose al beneficio del
domingo anterior, pero muy pausada y pacíficamente, apenas sin
importancia...
Aquellos hechos
fueron muy sonados y comentados por muchos años. ¿Es que quiso
la Virgen de Loreto dar una lección de humildad a sus mayordomos
y devotos un tanto alicaídos espiritualmente por aquellos
tiempos? ¿O quiso premiar e incrementar la devoción a San
Francisco Javier por todos aquellos territorios? ¿Es posible que
con aquellas benéficas lluvias quiso la Virgen que las gentes
venturreñas comprendieran y supieran que el Santo Patrón de las
Misiones era mucho más que un triste “Santo Tuerto” cualquiera?
Son misterios que
sólo la Providencia Divina sabe, y que ni la meteorología
moderna nos podría aclarar totalmente. |