23- CUMPLIENDO PROMESAS A LA VIRGEN.

La Virgen de Septiembre tiene en estos territorios altas significaciones. Y hay una triple dirección para los devotos peregrinos que quieren saldar sus promesas con la Virgen hechas en ocasiones de angustia y grave dificultad. Si eligen el punto norte, allí se encuentran con la Virgen del Remedio, patrona de Utiel, entronizada en su ermitorio recóndito de la Sierra del Negrete. Si se elige la dirección de poniente, allí se encuentra la Virgen de Consolación, hacia la Mancha, cerca de la antigua Iniesta, en una rambla que vierte sobre el Cabriel por Vadocañas. Y si se quiere escoger el punto intermedio entre los anteriores, algo más lejos, nos hallaremos con la Reina de la Serranía, la Virgen de Tejeda, con su sede en Garaballa.

Las tres advocaciones marianas son famosas en la contornada, y cada una tiene sus piadosas devociones, sus recuerdos y sus milagros; los numerosos exvotos cuelgan de sus muros recordando curaciones y sucesos inexplicables que sólo la intervención divina puede explicar.

Suponemos que la Virgen María sonreirá desde los Cielos cuando observe las rivalidades de sus humanos adeptos al resaltar los hechos y privilegios de tal o cual imagen o advocación de su misma, única y total persona santísima. Pero así viene sucediendo, y ya desde antiguo, primero andando o sobre caballerías, después en carros formando caravanas, y ahora en coche, el caso es que las tres Marías de nuestra devoción, una sola en verdad, han sabido, saben y sabrán de las plegarias de sus admiradores y devotos, de los que piden favores celestes especiales y agradecen la mediación ante Dios. Y, aunque parezca mentira para los tiempos que corren en los tres lugares se sigue rezando y creyendo con fe firme, y en ellos, la Virgen nos sigue amando y protegiendo. Al menos, esta es mi apreciación personal...

Que si por haberse librado su viña del pedrisco, que si por haberse conjurado el peligro mortal de una pulmonía; que si por haberse salvado el gorrino de aquella peste del mal rojo; no se sabe por qué razón, seguramente por todas, la tía Pura prometió ir a Consolación aquel año para agradecer a la Virgen su intercesión.

Pero su vecina, la tía María Juana, había prometido hacer peregrinación a la Virgen de Tejeda si su hija salía bien de la preñez y del parto, que se vislumbraban difíciles y peligrosos; y como había nacido bien y robusta la criatura, tenía que cumplir el voto.

Por otra parte, la tía Casimira, en un acceso de místico arrebato, porque la Virgen del Remedio le había ayudado a salir de apuros en las consecuencias de un accidente que casi le costó la vida, se aprestó a ir a Utiel y al Remedio para llevar a la Virgen su vela, sus oraciones, y cumplir su promesa.

Estas cosas, indudablemente, venían de antiguo. Parece ser que la costumbre de votos y promesas, de peregrinaciones y romerías, se remontaban a siglos atrás. Algo deberían ver y comprobar los hombres y mujeres de estas tierras en aquellos santuarios marianos, para que el hábito siguiera y se transmitiera de padres a hijos, para que, en momentos de desesperación renaciera la fe y se apelara a la maternal ayuda de la mejor de las Madres.

Pero parece inexplicable en un pueblo donde se venera a otra famosa advocación de María, la Virgen de Loreto, y a quien se atribuyen desde tiempo inmemorial milagros, gracias y bendiciones para todo el pueblo, y para quienes, particularmente, se dirigen y acogen a Ella buscando amparo y protección.

Únicamente se concibe esta arraigada costumbre peregrinatoria a otros lugares santos, por su historia y su tradición antiquísimas, con leyendas de apariciones y milagros que arrancan del medievo.

Ni que decir tiene que la Casimira quiso cumplir como buena cristiana su promesa visitando y rezando ante la Virgen del Remedio en su propio templo de la Sierra de Utiel. Y, como aquello requería un par de días, comprometió a su marido, quien ensillando su mula con un albardón recubierto con una manta morellana, hizo montar a su mujer, y tomando el atajo por el camino del Renegado, se presentó la tarde de la víspera de la bajada de la Virgen, o sea el 5 de septiembre, en la posada de la Veleta, en Utiel, donde pernoctaron; pues era la costumbre subir al Remedio para bajar a la Virgen en procesión. Y ya tenemos, muy de madrugada, a la tía Casimira y a su marido caminando hacia el ermitorio serrano; una gran muchedumbre de utielanos y de gentes comarcanas ascendía con ellos la sierra en busca de la Virgen; aquel era el madrugón más grato que vivían los devotos del Remedio. Y la tía Casimira llegó rendida, pero con el alma transida de fe, amor y entusiasmo..., y, tras rezar ante la imagen de la Serranilla, se sumó a la procesional comitiva para bajar la imagen hasta Utiel. Y todo fue bien, muy bien; cansino el cuerpo y los pies aspeados, llegaron a la entrada de la población portando en andas a la Virgen, donde se fornió la procesión triunfal y general hasta el templo parroquial; cantada la última Salve y cantados también los gozos, ya de noche por todo el mundo enjaezaron su mula, y, con otras cuatro horas de marcha, a las dos de la madrugada se presentaron en su casa, la tía Casimira y el tío Juan, contentísimos del todo. Y, rendidos por el cansancio y el sueño, durmieron y soñaron con la vida y milagros del ermitaño que halló la preciosa y pequeña imagen, y de todo lo que habían visto y oído, sus mentes y sus magines revoloteaban forjando misterios y milagros... Y también soñaron con otra imagen de la Virgen, la Virgen de Loreto, que muy de cerca les llamaba y les sonreía...

A la mañana siguiente, ya en la tertulia familiar y vecinal, fueron contando muchas cosas del cómo, del cuándo y de los porqués de aquella magna y hermosa procesión en busca de la Virgen y su llevada en andas, cantando, hasta su trono utielano.

Pero no contaron su sueño, en el que, ambos, marido y mujer, habían casi coincidido: y es que algo les tintineaba en el pecho, y es que algo les decía, en medio de su bien ganada alegría por el cumplimiento de la promesa, que habría que contar en adelante con la Virgen de Loreto, como siempre habían contado, fieles y confiados en su maternal y divino patrocinio y amparo.

La tía Pura, acompañada de su marido, por trochas y caminos de herradura, montada sobre una burra veterana y mansa, caminaba desde muy temprano hacia el santuario de la Virgen de Consolación. Eran cinco o seis horas de camino por andurriales inhóspitos y quebrados, siguiendo la vereda real que en otros tiempos conducía los ganados trashumantes de la Mesta, desde la Mancha a Valencia y viceversa. Pasaron el Collado de la Horca, descendieron la cordillera hasta la Fuente de la Ojiva, y pusieron rumbo a Vadocañas para cruzar el Cabriel por un famoso puente allí existente. Tras un descanso y refrigerio en las ventas ribereñas, ascendieron por una senda que bordeaba la barranca vertiente, y al cabo de dos horas más llegaron a Consolación, casi al mediodía, a tiempo de asistir a la misa conmemorativa, y también para cumplir el voto y promesa que hiciera la tía Pura en tres ocasiones; con tres velas y tres visitas a la Virgen quedaron marido y mujer con la conciencia satisfecha y tranquila del deber cumplido. Participaron después en procesiones, cánticos y gozos; siguió la abundante comida, y tras una corta siesta, emprendieron el regreso. La tía Pura, alegre, pero pensativa, meditaba balanceándose entre el vaivén de la albarda y la andadura de la burra, en lo que parecía haber escuchado en su interior de labios de la Virgen, quien, tras agradecer su visita y su promesa cumplida, como en un susurro divino le había recomendado mayor devoción a su advocación de Loreto, más cercana a su hogar. Llegados a casa, muy avanzada la noche, una salve culminó la jornada, y un sueño limpio y pacifico sumió en su inmensidad a ambos cónyuges.

La tía María Juana madrugó más. Su esposo enganchó la mula al carro y, disponiendo comida y avíos para pasar el día y la noche, enderezó su caminar hacia el santuario de la Virgen de Tejeda, al objeto de cumplir lo prometido por la María Juana con relación al parto feliz de su hija. Está bastante lejos Garaballa, unas ocho horas de caminata.

Pero era igual ; ni trabajos, ni distancias, ni fríos ni calores ponían valladar a la voluntariosa idea del peregrinaje: y es que la palabra com­prometida y la devoción del voto y la promesa habían de cumplirse.

Llegaron ya casi al mediodía; y quedaron maravillados de ver tanta gente. Desde todos los puntos de la serranía, los pueblos del Marquesado de Moya casi en pleno, multitud de paisanos del arciprestazgo de Requena en casi todos sus pueblos y aldeas; y aquella iglesia presidida por la Virgen de Tejeda, con numerosísimos exvotos de cumplidas promesas: el célebre ardacho de Tejeda en recuerdo de algún milagro ultramarino a algún soldado de estas tierras; y todo el ambiente campestre y rural alterado por las mesas y gritos de los turroneros, los tenderetes de la buhonería, quincalleros, como una feria improvisada en la que había de todo: golosinas, juguetes, correas, avíos, estampas y otros objetos piadosos como recordatorios de la Virgen.

La María Juana cumplió su promesa... y se acordó en aquel momento de su hija y de su nieto, la recién parida y su criatura, a quienes debía su peregrinación..., y se acordó también de la Virgen de Loreto, a quien, pensó, debía una pequeña explicación... Pasaron allí la noche, tendidos sobre un jergón de paja y envueltos en la tibieza de las mantas y casi a los pies de la caballería; al igual que numerosas familias de peregrinos y romeros que hubieron de pernoctar en razón de la lejanía de sus hogares. Alguien, en velada prolongada y devota, susurraba plegarias, gozos y rosarios; y alguien, también gente piadosa, despertó pronto a los dormidos al son de cánticos recitados en procesión de la alborada, el rosario de la aurora en campo abierto...

Después, el regreso, muchas horas de camino por rutas vecinales, traqueteando el carro, piafando la caballería, somnoliento el matrimonio, y pensando y cavilando sobre lo visto, y comentando sobre los pequeños obsequios que como regalo habían comprado para sus familiares. Contentos regresaron a su hogar creyendo haber cumplido como Dios manda, pero algo flotaba en sus imaginaciones que les tenía un tanto desasosegados, en especial a la María Juana. Y es que tenía que hacer cierta visita, muy particular y privada; algo así como una justificación ante la Patrona del pueblo.

Pasaron algunos días. Como buenas vecinas, la tía Casimira, la tía Pura y la tía María Juana, en alegre comadreo lleno de expresiones encomiásticas y alabanciosas, comentaban sus respectivos viajes de promesa y pere­grinación:

-Ay, hijas mías, -decía la tía Pura- qué hermosura y qué cantidad de gente por aquellos lugares. Y qué guapa estaba la Virgen de Consolación... Pero os tengo que decir una cosa que no se la he dicho más que a mi marido:

¡Me acordaba muchismo de nuestra Virgen de Loreto! Porque, ¡como guapa y bonica no hay otra! ¿No veis cómo paece que revuela encima de esa casa tan maja que le sirve de peana? ¡ Y el Niño Jesús en sus brazos paece que quiere tocar las campanillas de la torrecilla que hay a su lado! Yo os digo la verdad: me daban ganas de llorar cuando me acordaba de Ella; y hasta me paece que aquella Virgen de Consolación me decía cosas muy finas de nuestra Loreto.

-Pos yo también quiero deciros que soñé, cuando volvimos del Remedio, con nuestra Virgen de Loreto -dijo la tía Casimira-. Y mi marido también soñó lo mismo. Era como si la Virgen del Remedio nos dijera que nos daba las gracias por haber ido con Ella y por haber cumplido mi promesa, pero al recordar su cara, tenía la misma cara que nuestra Loreto, aunque en pequeño, y hasta volaba rodeada de angelitos, y se alegraba, y sus ojos y su boca parecían rebailar y decir oraciones muy dulces. ¡ La verdad es que como guapa no hay otra Virgen... y como buena Madre y amparadora, tampoco! Lo que no sé es porqué trajeron a nuestro pueblo esta Virgen, ni a qué se debe esta devoción. !Me da mucha pena que nos acordemos tan poco de Ella!.

¿Sabís lo que sus digo? -enjaretó la María Juana con su típico vocabulario- Pos que yo vi muchisma gente, casi tos eran serranos, y hablaban con muchismo entusiasmo de la Virgen de Tejeda, y le decían y le cantaban cosas mu bonicas y coplas milagrosas; pero viendo tantismas cosas tamién me acordé de nuestra Patrona... Y cuando volvimos de Tejeda prometí visitarla dende agora en adelante más veces. Porque si sus digo la verdá, a mí tamién me paece que no hay otra como la Virgen de Loreto.

Y las tres mujeres, de común acuerdo, marcharon hacia el templo parroquial, y arrodilladas delante de la Virgen Lauretana, le rezaron, le rogaron, le prometieron. le dieron gracias por todo y por todos... Y la Virgen de Loreto, -ellas dijeron que de verdad- sonreía con agrado y delicadeza..., y como un pálpito, y un hálito de gloria anticipada, bajaban desde el trono virginal para posarse y adentrarse en los cuerpos y en las almas de las tres devotas mujeres.