5- EL JUEVES LARDERO.

En casa del tío Usebio y la tía Pretonila aquella noche se cenó demasiado pronto y demasiado poco. La pobre Pretonila había guardado como oro en paño dos huevos cocidos y tres longanizas para echarle la merienda, a modo de hornazo a Julianete, su hijo mayor, pues el día siguiente era Jueves Lardero, y tenía que ir con los demás chicos de la escuela a pasar el día en el campo, en infantil y escolar excursión, bajo la dirección del señor maestro, don Victorio, quien ya llevaba muchos años en el pueblo celebrando esta especie de fiesta con sus alumnos, y que se solía efectuar también en compañía paralela de las niñas escolares bajo la recta dirección de la maestra, doña Salvadora; y hay que decir que el maestro y la maestra formaban matrimonio pedagógico, se entendían bien y, aunque no tenían hijos, no les faltaban de cariño y de adopción, pues verdaderamente se puede decir que todos, niños y niñas, eran considerados como verdaderos hijos.

En aquel pueblo era costumbre celebrar con buena merienda el jueves anterior al miércoles de Ceniza; preámbulo del Carnaval, el dichoso Jueves Lardero reunía y congregaba a la chiquillería, desde antiguo, para tener un día de asueto, comer a lo grande y para divertirse con juegos, canciones y actividades ante la inminencia de la Cuaresma, en que había que guardar ciertas costumbres de sobriedad y de penitencia. Precisamente la palabra lardero significa: chichonero, gordo, tocinero, es decir, apto para consumir carne en abundancia; por eso las chichas y longanizas eran su base.

        Ya días antes se hacían preparativos en las humilde casas, en las que a veces resultaba sacrificio echar la merienda al chiquillo o chiquillos. En las casas pudientes esto era coser y cantar; pero, de todas formas, el preparativo alegre era norma y costumbre en todos los hogares con niños y niñas en edad escolar

En casa del tío Usebio, herrero de poca monta, con un familión a su cargo, las cosas de comer no se conseguían tan fácilmente ni andaban de sobras, y, por ello, suponía buen sacrificio la merienda de Julianete, pues los demás hijos, otros tres rapazuelos, eran todavía pequeños y aún no iban a la escuela: menos mal, porque para ellos no habría Jueves Lardero, y la Pretonila solamente había de preocuparse de que a su Julianete no le faltara la merienda.

Julianete se acostó aquella noche temprano para que la excursión del día siguiente le cogiera con fuerzas, bien despierto y con buen apetito - esto último lo tenía siempre sobrante -; los hermanillos también se acostaron, pero con hambre atrasada, ya que la cena había sido parca y no muy nutritiva: el casi consabido gachulito o gachas a base de harina de almortas y una patata asada con un mendrugo escaso y reseco. No es de extrañar, pues, que toda la familia se acostase soñando con la merienda que Julianete iba a llevar y comer el día siguiente.

          Pero sucedió...

Los elementos se desataron aquella noche de marzo. El aire silbaba amenazadoramente arrastrando en sus alas el granizo propio de esta parte del año: las gélidas y frías marzás del mes más ventoso y quizás más mmi­sericorde en estas latitudes. La casa del tío Usebio parecía querer venirse abajo, crujían las ventanas, y hasta los cañizos de la tejavana parecían gruñir tremebundos ayes; el viento adentrábase par el cañón de la chimenea con furor inusitado. Los ánimos del matrimonio estaban sobrecogidos en angustiosa duermevela. La chiquillería no se enteraba de nada, pero tampoco su sueño era plácido y tranquilo. Julianete soñaba con longanizas y entrepanes; y los tres pequeñines alternaban sus soñaciones yendo del huevo a la chicha y de la chicha al huevo en revoltijo comestible; pero lo trágico del sueño venía agravado por la lucha que tenían entablada contra los perros y los gatos que amenazaban a los hambrientos infantes quitándoles las viandas de entre las manos. Fue un caso raro, pero los cuatros soñaban casi lo mismo

      De pronto sucedió lo inevitable. (La tía Pretonila la buena madre, lo explicaba a sus vecinas así a la mañana siguiente) : Allá sobre la media noche se les “durmió el corazón” a los chiquillos y, por un casual, como sonámbulos, en medio del fragor del huracán que resoplaba chimenea abajo, 31

cuatro manos cayeron sobre el talego de la merienda que ya estaba preparado en el poyo de la cocina para que festejara Julianete su Jueves Lardero. Ni aun el mismo Julianete pudo aguantar la ventisca de la noche marciega sin vigilar su merienda... Y no le faltó razón ante la desconfianza que aturdía su pensamiento viendo a sus hermanitos hambrientos, durmiendo inquietudes y soñando manjares

Total, y en resumen: que antes de que amaneciera, ya habían dado cuenta del suculento preparativo los mocosuelos del tío Usebio y la tía Pretonila.

Cuando la buena madre lo contaba, reía contenta y suspiraba triste:contenta, al ver la saludable gana de comer de sus arrapiezos; triste, porque no sabía como resolver la papeleta de la merienda para su Julianete.

Menos mal que siempre hay almas caritativas en los pueblos; y en aquel no faltaban: parece mentira, pero aquella mañana llovieron los obsequios de pan, de tajadas, de huevos, de magdalenas y de frutos en aquella humilde casa.

Lo ocurrido la noche anterior era la comidilla del pueblo. Y el vecindario, riendo las graciosas ocurrencias, de aquella familia, suministró lo conveniente para aquel día y para varios días. Y el maestro, don Victorio, cuando supo lo sucedido, estalló en carcajadas, se lo contó a su mujer, doña Salvadora, y quiso aportar su siempre generoso bolsillo para que ni a Julianete ni a los otros avispados muchachos les faltara nada en un mes.

Aquel año se celebró el Jueves Lardero en paz, armonía y contento como casi siempre. Un poco frío el ambiente, aunque más sosegado que la noche anterior, pero caluroso en la imaginación y en los cuernos de la grey escolar que, en filas a la ida y a la vuelta, cantando a coro canciones y romances, entonando de vez en cuando himnos al árbol, a la bandera, y a la Virgen, disfrutaron de lo lindo aquel jueves famoso, en el que la nota más simpática para niños y para mayores la puso toda la familia de los Julianetes con sus buenas ganas de comer, su martingala nocturna y el subsiguiente comentario, que duró por su viveza y comicidad muchos años, siendo por siempre y para siempre, “el Jueves Lardero de Julianete”.