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EL JUEVES LARDERO.
En casa del tío
Usebio y la tía Pretonila aquella noche se cenó
demasiado pronto y demasiado poco. La pobre Pretonila
había guardado como oro en paño dos huevos cocidos y tres
longanizas para echarle la merienda, a modo de hornazo a
Julianete, su hijo mayor, pues el día siguiente era Jueves
Lardero, y tenía que ir con los demás chicos de la escuela a
pasar el día en el campo, en infantil y escolar excursión, bajo
la dirección del señor maestro, don Victorio, quien ya llevaba
muchos años en el pueblo celebrando esta especie de fiesta con
sus alumnos, y que se solía efectuar también en compañía
paralela de las niñas escolares bajo la recta dirección de la
maestra, doña Salvadora; y hay que decir que el maestro y la
maestra formaban matrimonio pedagógico, se entendían bien y,
aunque no tenían hijos, no les faltaban de cariño y de adopción,
pues verdaderamente se puede decir que todos, niños y niñas,
eran considerados como verdaderos hijos.
En aquel pueblo
era costumbre celebrar con buena merienda el jueves anterior al
miércoles de Ceniza; preámbulo del Carnaval, el dichoso Jueves
Lardero reunía y congregaba a la chiquillería, desde antiguo,
para tener un día de asueto, comer a lo grande y para divertirse
con juegos, canciones y actividades ante la inminencia de la
Cuaresma, en que había que guardar ciertas costumbres de
sobriedad y de penitencia. Precisamente la palabra lardero
significa: chichonero, gordo, tocinero, es decir, apto para
consumir carne en abundancia; por eso las chichas y longanizas
eran su base.
Ya días
antes se hacían preparativos en las humilde casas, en las que a
veces resultaba sacrificio
echar la merienda al
chiquillo o chiquillos. En las casas pudientes esto era coser y
cantar; pero, de todas formas, el preparativo
alegre era norma y costumbre en todos los hogares con niños y
niñas en edad escolar
En casa del tío
Usebio, herrero de poca monta, con un familión a su
cargo, las cosas de comer no se conseguían tan fácilmente ni
andaban de sobras, y, por ello, suponía buen sacrificio la
merienda de Julianete, pues los demás hijos, otros tres
rapazuelos, eran todavía pequeños y aún no iban a la escuela:
menos mal, porque para ellos no habría Jueves Lardero, y la
Pretonila solamente había de preocuparse de que a su
Julianete no le faltara la merienda.
Julianete se
acostó aquella noche temprano para que la excursión del día
siguiente le cogiera con fuerzas, bien despierto y con buen
apetito - esto último lo tenía siempre sobrante -; los
hermanillos también se acostaron, pero con hambre atrasada, ya
que la cena había sido parca y no muy nutritiva: el casi
consabido gachulito o gachas a base de harina de almortas y una
patata asada con un mendrugo escaso y reseco. No es de extrañar,
pues, que toda la familia se acostase soñando con la merienda
que Julianete iba a llevar y comer el día siguiente.
Pero sucedió...
Los elementos se
desataron aquella noche de marzo. El aire silbaba
amenazadoramente arrastrando en sus alas el granizo propio de
esta parte del año: las gélidas y frías marzás del mes
más ventoso y quizás más mmisericorde en estas latitudes. La
casa del tío Usebio parecía querer venirse abajo, crujían
las ventanas, y hasta los cañizos de la tejavana parecían gruñir
tremebundos ayes; el viento adentrábase par el cañón de la
chimenea con furor inusitado. Los ánimos del matrimonio estaban
sobrecogidos en angustiosa duermevela. La chiquillería no se
enteraba de nada, pero tampoco su sueño era plácido y tranquilo.
Julianete soñaba con longanizas y entrepanes; y los tres
pequeñines alternaban sus soñaciones yendo del huevo a la chicha
y de la chicha al huevo en revoltijo comestible; pero lo trágico
del sueño venía agravado por la lucha que tenían entablada
contra los perros y los gatos que amenazaban a los hambrientos
infantes quitándoles las viandas de entre las manos. Fue un caso
raro, pero los cuatros soñaban casi lo mismo
De pronto
sucedió lo inevitable. (La tía Pretonila la buena madre,
lo explicaba a sus vecinas así a la mañana siguiente) : Allá
sobre la media noche se les “durmió el corazón” a los chiquillos
y, por un casual, como sonámbulos, en medio del fragor
del huracán que resoplaba chimenea abajo, 31
cuatro manos
cayeron sobre el talego de la merienda que ya estaba preparado
en el poyo de la cocina para que festejara Julianete su Jueves
Lardero. Ni aun el mismo Julianete pudo aguantar la ventisca de
la noche marciega sin vigilar su merienda... Y no le faltó razón
ante la desconfianza que aturdía su pensamiento viendo a sus
hermanitos hambrientos, durmiendo inquietudes y soñando manjares
Total, y en
resumen: que antes de que amaneciera, ya habían dado cuenta del
suculento preparativo los mocosuelos del tío Usebio y la
tía Pretonila.
Cuando la buena
madre lo contaba, reía contenta y suspiraba triste:contenta, al
ver la saludable gana de comer de sus arrapiezos; triste, porque
no sabía como resolver la papeleta de la merienda para su
Julianete.
Menos mal que
siempre hay almas caritativas en los pueblos; y en aquel no
faltaban: parece mentira, pero aquella mañana llovieron los
obsequios de pan, de tajadas, de huevos, de magdalenas y de
frutos en aquella humilde casa.
Lo ocurrido la
noche anterior era la comidilla del pueblo. Y el vecindario,
riendo las graciosas ocurrencias, de aquella familia, suministró
lo conveniente para aquel día y para varios días. Y el maestro,
don Victorio, cuando supo lo sucedido, estalló en carcajadas, se
lo contó a su mujer, doña Salvadora, y quiso aportar su siempre
generoso bolsillo para que ni a Julianete ni a los otros
avispados muchachos les faltara nada en un mes.
Aquel año se
celebró el Jueves Lardero en paz, armonía y contento como casi
siempre. Un poco frío el ambiente, aunque más sosegado que la
noche anterior, pero caluroso en la imaginación y en los cuernos
de la grey escolar que, en filas a la ida y a la vuelta,
cantando a coro canciones y romances, entonando de vez en cuando
himnos al árbol, a la bandera, y a la Virgen, disfrutaron de lo
lindo aquel jueves famoso, en el que la nota más simpática para
niños y para mayores la puso toda la familia de los Julianetes
con sus buenas ganas de comer, su martingala nocturna y el
subsiguiente comentario, que duró por su viveza y comicidad
muchos años, siendo por siempre y para siempre, “el Jueves
Lardero de Julianete”. |