RECORDANDO LA RONDA DE LOS QUINTOS Y AL TÍO ENRIQUE MURCIA

© José María Yeves Nohalés

El 11 de agosto de 2013 celebramos la ronda de quintos en recuerdo de las que celebraban los quintos antiguos los primeros sábados de los tres primeros meses del año, es decir, de enero a marzo, antes de marcharse al servicio militar al que se incorporaban a mediados de marzo. Cuando se comenzaron a fraccionar los reemplazos a lo largo del año se perdieron las rondas, ya que muchos se incorporaban en enero.

Las últimas rondas posiblemente se realizaron a principio de la década de los 60, ya que nunca más se celebró ninguna, hasta que desde mediados de los 90 y con la dirección de Fermín Pardo y la organización de la Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro, las venimos celebrando cada dos semanas culturales para mantener el rito, recorriendo las calles tradicionales donde siempre se rondó.

Las rondas eran una manera de celebrar los últimos días de libertad que les quedaba a los quintos antes de incorporarse a filas y supeditarse a la obediencia debida al jefe que a cada soldado le tocaba. La noche de ronda se cantaba, bebía y fumaba como si fuera la última, queriendo demostrar así que ya eran unos hombres hechos y derechos y que nadie y nada podía con ellos. Triste realidad de algunos que nunca habían bebido y fumado en la cantidad de esas noches, teniendo que levarles a su casa “a dormir la mona” casi a la mitad de ellos. Cuando la ronda finalizaba, la zurra que quedaba se apostaba a ver quién aguantaba más a base de “trulés” o “rulés”. Los “trulés” consistían en que mientras el quinto de turno estaba bebiendo de la bota se le cantaba: “Un trulé, no bebas tanto que vas a caer; dos trulés nos bebas tantos que vas a caer...” Y así sucesivamente a ver quién aguantaba más. En cierta ocasión, vi como un quinto que ya le habían cantado varios trulés, se le cayó la bota de las manos, mientras él caía de costillas al suelo.

Durante la ronda, entre copla y copla, se tiraban varias docenas de carretillas y los chavales nos poníamos donde las tiraban jugando con ellas. Las parábamos pisándolas y muchas veces se las devolvíamos a ellos. La mayoría de veces simplemente las pisábamos y no las dejábamos correr, estallando bajo nuestros pies. Aunque teníamos la precaución de no pisar el explosivo, rara era la ronda que no salían algunos con quemaduras de poca importancia. A veces la cosa pasaba a mayores y recuerdo a dos o tres quintos que hubo que llevárselos al hospital al prendérseles las carretillas que llevaban al pecho, aunque se las habían quitado a tiempo. Esta última ronda me trajo recuerdos muy gratos y nostálgicos, ya que nos faltó la compañía del tío Enrique Murcia, que jamás dejó de asistir a ninguna ronda en los años que recuerdo. Él era el encargado de preparar la zurra junto con su mujer Casilda López. También eran los cocineros la noche en que se hacía la enramada y se colgaba el judas. El tío Enrique era el hombre bueno que ponía paz cuando por culpa del vino se soliviantaban los ánimos y muchas veces su casa era posada de aquellos que al final de la ronda no querían o podían llegar a sus casas en las condiciones tambaleantes que se encontraban. Los quintos siempre tenían en él un apoyo. Jamás le vi enfadado y motivos no le faltaron. Con estas líneas pido un recuerdo para él como gran persona que fue y quinto por muchos años.

 


Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

Lebrillo 31