RELATOS HISTÓRICOS DE LA "CASA DEL PINO" EN "EL RETORNO"

© Mariano Gómez López, antiguo habitante de El Retorno y la Casa del Pino.

Transcribimos unos interesantes recuerdos que dejó escritos Mariano Gómez López, nacido en El Retorno (Venta del Moro) un 5 de diciembre de 1929. El autor describe con detalle la vida en la ribera de El Cabriel y rememora a sus antiguos habitantes.

Relatos Históricos de lo que fue la "Casa del Pino", enclavada en el caserío de "El Retorno", en la cordillera del Río Cabriel; término municipal de Venta del Moro, partido judicial de Requena en la provincia de Valencia.

En primer lugar, diremos que esta casa en la actualidad está totalmente derruida, pues apenas se observan algunos restos del lugar donde estaba ubicada. De lo que yo que nací en ella, recuerdo hasta el más insignificante rincón.

Digo que estaba ubicada a unos 300 metros aguas arriba del río Cabriel, sobre los lindes de los términos de Requena y Venta del Moro, que los deslinda la desembocadura de la Rambla de Ginesitos y la de la Fuente de Los Lombardos, ya que como aproximadamente a un kilómetro se unen las dos ramblas, a cuyo lugar se le da el nombre de "La Cruz de las dos Ramblas".

La Casa del Pino, se componía de una enorme cocina-comedor, con una grande chimenea, dos-tres habitaciones, terrado, pajar granero, dos cuadras, corral de ganado con sus respectivos cobertizos, dos o tres gorrineras, un corralillo, un gallinero y su respectivo palomar.

Es de destacar que en su fachada orientada al sur, es decir al mediodía, a una altura de cuatro-cinco metros de la pared había un reloj de sol, que con una simple aguja de hierro marcaba las horas, cuyas señales eran donde hacía la sombra de la aguja y recuerdo que en el lugar de la una había un pequeño hoyo.

Esta reloj era una piedra de unos 0.40 x 0.40, con sus correspondientes grabados. Cuando no había sol no podíamos saber la hora.

Por la parte norte de la casa pasaba un camino y había unos ejidos a la parte arriba y allí es donde cuentan estaba el famoso "Pino" que, según mi abuelo Juan Gómez Cárcel, bajo la circunferencia que su ramaje escribía, tanto cobijo como sombra, hacían acampadas transeúntes de paso, ganaderos, gitanos etc., etc.

 

Y como anécdota; diremos, según mi abuelo, allí dio a luz una gitana, y al segundo o tercer día, una mañana temprano, que mi referido abuelo iba a hacer sus necesidades a los montes próximos, vio a la recién parida dando de mamar a su criatura. Mi abuelo que era muy abierto de palabra y campechano le dijo:

¿Mala cosa hace usted? Esa costumbre no la olvidará nunca.

Y ésta, airadamente, le respondió.

- “Sí a usté cuando era pequeño no le jueran dao de comé ni bebé, se juera muerto y se juera johío.

Cosa que a mi abuelo le hizo mucha gracia (según contaba mi padre).

Seguimos en la parte norte de la casa. Allí estaba la era de trillar, junto a la era. Recuerdo que había restos de una casa o casilla de campo que podría tener unas dimensiones de unos treinta metros cuadrados, cuyas paredes de piedra seca tenían una anchura de más de un metro; a este lugar recuerdo se le decía "La Casilla del Tío Ignacio".

También en este mismo lugar había una charca o pozo de tierra que podría tener un diámetro de unos diez o doce metros, por unos tres de hondo. Allí se recogían aguas cuando llovía por medio de unas pequeñas conducciones; que posteriormente servían para uso de animales domésticos, también para regar la era, cuando se iba a preparar para realizar la trilla. Que a esto se le llamaba “darle a la era” o bien “rular la era” con un rulo de piedra, enganchado a una caballería. Había que dar vueltas y revueltas alrededor de la era, hasta conseguir el buen piso deseado, para luego efectuar las tareas agrícolas como la trilla y sacar las bajocas.

En la orilla de la era, en la parte más alta, había como un terraplén de unos tres metros de altura donde haciendo una pequeña excavación se construyó una pequeña barraquilla; que cuando se realizaba la trilla servía para estar algún rato a la sombra, y posteriormente para guardar allí los aperos y enseres; tales como la trilla, rastros, escobas de sarga para barrer la era, los cinchos de enganche, el balancín, y algún haz de vencejos, de atar haces de mies.

En la parte sur; es decir mirando al río, estaba la huerta, que ésta podría constar de alrededor de unas treinta o treinta y cinco tahúllas. Yo recuerdo que se hablaba de almudes y celemines. Hablamos de los años de nuestros antepasados, ya que de 1935 hasta nuestros días, han venido varias riadas inmensamente catastróficas. En la actualidad, prácticamente no queda huerta.

La susodicha huerta que se hace referencia, era cultivada por mi padre Aniceto Gómez Pérez, que los últimos años de su cultivo y que yo recuerdo, en su mayor parte era cavada con legones y azadas. Allí colaboramos todos, chicos y chicas y mi padre, que era un fenómeno cavando con el legón.

A lo largo de este relato, de recuerdos y vivencias de esta famosa y susodicha "Casa del Pino", podríamos remontarnos a tres o cuatro generaciones atrás, siempre fue habitada por la misma rama y sangre de familia: los Gómez.

En la parte este, y adosada a la casa principal, había una segunda casilla que se habitaba como trastero de varios enseres, y allí estaba el horno de cocer el pan, con su respectiva chimenea. Luego fue acondicionada para vivir el pastor de la Finca y su familia, puesto por la Sra. Condesa de "Cirat" y Martínez de Pisón1

También en esta casilla recuerdo que mi padre tenía tres o cuatro barricas de vino, que no serían de roble americano ni francés, porque una de ellas hacía un vino malísimo, que no se podía beber. Este vino procedía de unas uvas, que junto a las acequias había unas parras grandísimas y también frente a la casa en los márgenes del río, en lo que era dehesa de Casas-Ibáñez, provincia de Albacete. Había en los lugares que el terreno lo permitía unos trozos de terreno arenoso plantado de viña de "Dios sabe cuándo".

Yo recuerdo que cuando era chiquillo nos llevaba mi padre a mis hermanos y a mí a trabajar, a binar con unos legoncillos, las referidas viñas, y mi padre usaba un legón que parecía una trilla.

El pisado de esta uva, se realizaba en un jaraiz o lagar (como quiera que se llame), que había en la parte oeste de la casa. Era como una charca de unos cuatro o cinco metros cuadrados grabado en piedra, a base de pico, que no cabe dudar que sería de tiempos inmemorables de los moros.

Recuerdo que tenía como metro y medio de desnivel en el cinto que estaba hecho y en la parte baja mi padre soldaba con yeso un canuto de caña para darle salida al rico mosto, que nosotros, los "críos", poníamos allí el morrete y chupábamos de él.

El prensado consistía en poner la pasta en unos capazos hechos de esparto, llenarlos, poner unas tablas en la parte superior y encima unas grandes piedras hasta que por su peso dejaba de chorrear.

El traslado del mosto del lugar de pisado a las barricas se realizaba con garrafas y pozales, y a medida que hervía y tiraba la suciedad, mi padre las iba rehinchiendo, para mantener el nivel de salida y conseguir la clarificación deseada, o bien la que se podía. Hablamos de 1930-1940.

Como dato curioso y complemento a todo el relato concerniente a lo que fue la Casa del Pino, hablaremos también de algo de lo que era "El Retorno" en aquellos años de mi acordanza, que podría ser alrededor de 1930 a 1950. Hablaremos de los habitantes de aquellas catorce casas que enumerando aguas arriba estaban distribuidas como sigue:

Diremos que se componía de catorce casas con sus respectivas huertas y renteros.

El primer grupo era sólo una casa, la Casa del Pino, habitada por Aniceto Gómez y Teodora López.

El segundo grupo era de tres casas habitadas por Nicolasa, la viuda de Domingo L.; Antonio y Anastasia y Vicente y Marcelina.

El tercer grupo eran dos casas habitadas por Francisco y Josefa "La Pepa" y Gerardo y Julia.

El cuarto grupo eran dos casas: la de Isidro y Felisa y la casa de Juan Manuel y Jacinta que era la llamada Ventorrillo o taberna donde se reunían los brisqueros y truquistas a pasar sus ratos de ocio y que era también local de baile y música de acordeón

El quinto grupo era de cinco casas: la de Pedro-Antonio y María; la de José y Luisa; la de Genaro y Vicenta; la de Matías y Demetria y la de Perfecto y Juana.

El último grupo era una casa sola, la del Chispo, que estaba habitada por Antonio López, "El Chispo" e Isabel Murcia "La Chispa" (abuelos maternos del que suscribe).

Sin olvidar que prácticamente en todas las casas anteriormente relacionadas se componían de familia numerosa que, por decir una cifra, podría oscilar entre cuatro ó cinco de mínima hasta diez o doce de máxima.

También haremos mención a una Central Eléctrica que estaba ubicada enfrente de las casas del tío Matías y Perfecto en la provincia de Albacete. Se trataba de la Hidroeléctrica Almanseña, la cual constaba de ocho a diez puestos de trabajo que algunos eran del Retorno. También dejaremos constancia que la luz que se gastaba en el antedicho caserío del Retorno era gratuita. A la Casa del Pino llegaba el fluido eléctrico con un sólo hilo con un pequeño retroceso de dos, y una toma de agua al Río; dada la circunstancia que esta casa distaba de las otras unos dos kilómetros. Esto eran ensayos e inventos de mi tío Bonifacio que era el encargado de los servicios y funciones de la Central. Siempre fue un enamorado de la electricidad.

Sobre el puente del Retorno. Siguiendo el capítulo de recuerdos y menciones, me es grato dejar por escrito, para quien tenga a bien consultar estas curiosidades contemporáneas:

Que a unos 250 metros aguas arriba de la salida de las aguas de la Central, estaba el famoso puente del Retorno, que era más que necesario, para comunicarse con la provincia de Albacete y como uso diario de los convecinos de la central y el Retorno; y como cosa necesaria, suministrarse de provisiones, vender hortalizas, etc., etc. tanto en Casas Ibáñez como en Alborea, ya que estaba algo más cerca que Venta del Moro; que es nuestro origen. El referido puente, consistía en una tarima de cinco o seis palos a lo largo, y muchos otros pequeños cruzados, cubierto de atochas de esparto y tierra, apoyado en dos viejos machones de piedra que a veces las riadas lo arrancaba de sitio, pero aquellos retorneros, en previsión de que no se fuera río abajo, por acuerdo del Sr. alcalde y junta de vecinos, construyeron grandes sogas de esparto, que cada uno aportaba; formaron una gigante maroma, que ataron a la plataforma y a unas grandes estacas, y así evitaron alguna vez que no se fueran para Alcira.

En este referido puente, allá por los años 1939, a finales de la Guerra Civil Española, estaba controlado por agentes de la autoridad, vigilando a los que escapaban de la guerra y a algunos estraperlistas que huían del control de Villatoya. Se podía pasar con carro, pero con mucha precaución y poca seguridad.

1 La Condesa de Cirat disponía de catorce casas en El Retorno en 1890..

 

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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