BAILES EN TAMAYO Y SANTA BÁRBARA

Autor: FELICIANO ANTONIO YEVES DESCALZO

(Cronista Oficial de Venta del Moro)

Eran los tiempos de los años veinte, del ya finiquitado siglo XX, y , como es natural y lógico, en nuestras aldeas, cuando llegaban las fiestas patronales, había festejos populares, particularmente bailes en las eras, tras la solemnidad religiosa correspondiente al Santo Patrono. Y como es natural, al ser en local abierto los mozos pagaban la voluntad para sufragar gastos de música y de iglesia; y si el baile era en algún localillo cerrado, se cobraba la entrada correspondiente, sólo a los mozos, tarea que recaía casi siempre en el alcalde pedáneo.

Alguien me contó uno de aquellos bailes riacheros celebrados en Tamayo, aunque al festejo se sumaba la aldea venturreña de Santa Bárbara, y atraía a toda la población moza ribereña del Cabriel, la Fuenseca, Vadocañas, Los Cárceles, Tabaqueros, el Retorno y hasta las Casas de Cárcel, es decir, de ambas orillas cabrielinas.

Aquel año, la fiesta era en Tamayo, como hemos dicho. Era verano, por la Virgen de Agosto, y el baile acordaron celebrarlo en las eras de Santa Bárbara, donde había más espacio para toda la concurrencia ribereña.

Se aprovechaba la ocasión para que los mozos pidieran relaciones a las mozas de su preferencia, y en ello se observaba un cierto formulismo, que, según me contaron, venía de padres a hijos. Y me lo contó un buen hombre de Santa Bárbara, corroborado por otro vecino del Retorno, en uno de mis viajecillos por aquellos parajes y cuando se podía ir al Tete, donde solíamos hacer noche en alguna cacería dirigida por el tío Pichuli y Lucio el Zequielo.

Y me relataron aquellos huertanos lo siguiente: “Cuando nos gustaba alguna moza de buen ver, en cualquiera de los caseríos o aldeas rianas, y había que pedirle relaciones, o al menos, saber si nuestro gusto o deseo de formalizar noviazgo no era mal visto ni despreciado por la riachera, teníamos que declamar un poco al oído de la moza: “-¡Por usté me esperripicho! “. Si la cosa parece que caía no muy mal, la muchacha, un poquitín ruborosa y avergonzada, tenía que contestar así: “-¡Chorris, chorris, que me meo! “. Con lo cual todo estaba casi claro. Era como un sí con toda formalidad y conformidad.

Luego venían las explicaciones, los bailes y paseos juntos, el hablar con los padres y demás zarandajas que comportaban las relaciones serias. Pero si a la moza no le hacía ninguna gracia el mozo pretendiente, o porque se había fijado en otro y estaba a la espera de la fórmula o pregunta mágica de alguno que ya se había insinuado con suspiros, miradas o gestos, la moza solía contestar: “-¡Lo siento, pero ya estoy salía!”, con lo cual eran unas calabazas en toda regla.

El lenguaje entre pretendientes y novias, no era muy culto que digamos. Pero se entendían las cosas sin mayor esfuerzo intelectual. Por allí no había escuelas ni maestros, y cada muchacho o muchacha se gobernaban con los consejos y lecciones de gramática parda que adquirían de sus padres y abuelos.

Por ejemplo: si no se trataba de pretender ni esperar respuesta de futuro noviazgo, o sea, si simplemente se quería acompañar a una moza en una pieza bailable, el mozo, como en casi todos los lugares, solía decir o preguntar:” -¿Hace usté el favor de bailar?”. Y la muchacha, si aceptaba, como amistad y sin compromiso futuro alguno, aceptaba simplemente con esta frase: “ -¡El favor está hacío”. Y las cosas seguían igual, aunque fonética y gramaticalmente estuvieran mejor o peor dichas. Era un lenguaje rudimentario y cachazudo el de aquellos aldeanos del Cabriel.

Por lo menos, así me lo contaban en mi tertulia del Tete, un tal Juan Gómez, del Retorno, y un tal Pedro Escribano, de Tamayo-Santa Bárbara, quienes con esta fórmula consiguieron el anhelado sí de sus cónyuges, la Petra y la Francisca, con las que tuvieron familia numerosísima, porque entonces, sin luz, ni radio, ni tele... ni anticonceptivos, nada más que los instrumentos de trabajo, las noches y las siestas se hacían largas, y no es extraño que se removieran los ojos y las conciencias para ir fructificando casi de uno o dos años, como los barbechos.

Trascripción: Manolo Hernández. Abril de 2.005

 

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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