LAS INDUSTRIAS AGRÍCOLAS EN VENTA DEL MORO A MEDIADOS DEL SIGLO XX.

Autor: Feliciano Antonio Yeves Descalzo (Cronista Oficial de Venta del Moro).

Las fábricas de harinas, alcohol y almazaras (antes, durante y después de la guerra civil 1936-39) en nuestro pueblo: Venta del Moro.

En el repertorio de hombres de cierto relieve en el tiempo y circunstancias ventamorinos; en los diferentes campos del saber, la milicia, la administración, la industria y el comercio, hay que incluir de manera destacada a quienes alzaron en nuestro pueblo industrias importantes, que llegaron a conseguir notable actividad y cierta fama, no local sino comarcal, ampliando nuestros horizontes económicos y sociales y haciéndose notar su trabajo y producción, maneras y capacidad de convocatoria y acogida, conformando una especie de sub-comarca dentro del amplio territorio de la zona de Requena-Utiel. Sub-comarca industrial que, capitalizada en Venta del Moro, logró en la cuestión de industrias agro-alimentarias, durante mas de medio siglo XX (décadas de los años 20 a los 70 inclusive), ser polo de atracción para los modestos agricultores cerealistas y olivareros -por una parte- y centro de obtención de alcoholes vínicos y subproductos de la uva y el vino.
Nos referimos concretamente a la fábrica de harinas de Julio Pérez García, las de alcohol de los hermanos Antonio y Julio Vento Galindo, a la Bodega "La Ideal" de Victorio Latorre Cárcel y a las grandes almazaras de José María Latorre García y de la Cooperativa Agrícola de Venta del Moro.
Tenemos que incidir en que el campo de atracción de estas industrias no se limitaba a Venta del Moro y su amplio término municipal (Jaraguas, Casas de Moya, Casas del Rey, Casas de Pradas, Los Marcos, Las Monjas, Pedriches, Fuenseca, Los Cárceles, Santa Bárbara-Tamayo y El Retorno; además de sus entonces habitados caseríos), ya que en las fábricas o industrias citadas se elaboraban harinas, aceite de oliva y alcoholes, de y para agricultores de Villargordo del Gabriel, Fuenterrobles y las aldeas requenenses de Los Cojos, Los Isidros, Penen, Los Ruices, Casas de Cuadra, Casas de Eufemia, Los Duques, Campo Arcís, La Portera y hasta algunas aldeas de la vega del Magro. En cierto modo y en aspectos particulares también se influyó en algunos pueblos de nuestra vecina Manchuela, como se verá en algunos datos circunstanciales de paso de cereales panificables.
Para un estudio sobre las citadas industrias, aunque sea somero y un tanto en bosquejo digno de estudiarse con más conocimientos y amplitud, trataremos de verificarlo por separado, con los datos de que disponemos.

FÁBRICA DE HARINAS "LA IDEAL"
La fábrica de harinas "La Ideal", se levantó e instaló en la antigua calle de la Fuente, después del Conde de Villamar, frente a lo que era la Fuente Nueva y huerta del tío Alborguillas, última del riego de La Canal que luego se desmontó para formar la Glorieta-concretamente en el año 1.930.
Fue fundada y erigida por dos socios propietarios en aquellos momentos iniciales: don Victorio Latorre Cárcel, secretario del Ayuntamiento, y don Julio Pérez García, vecino venturreño con algunas propiedades, pero sin oficio definido. Aunque la fábrica pertenecía a ambos, la dirigió siempre Julio Pérez mientras duró la sociedad dicha-. Después, cuando se retiró de la misma don Victorio Latorre, fue Julio Pérez quién, no solamente la dirigió, sino que se constituyó en alma y vida de la industria, a la que dedicó muchos años con verdadera pasión, entusiasmo y gran efectividad, dadas sus innegables condiciones para aquel negocio.
Julio Pérez García, hijo de Timoteo y Tomasa, nació en 1.890 lo recuerdo porque era de la misma quinta que mi madre y siempre fueron amigos-. Su domicilio familiar en la calle Los Arcos (hoy Victorio Montes) fue, durante sus años jóvenes, la barbería de su padre (el tío Timoteo, célebre por sus agudezas y ligeras picardías), donde también se adiestró Julio, hijo único. Al punto de casarse con Josefa Cañas, una buena moza de Casas de Pradas, se construyó la vivienda en la misma citada calle, donde siempre vivieron y donde nacieron sus hijas, Julia y Pilar, en 1.916 y 1.919, respectivamente. Fue sin discusión alguna, una familia modelo que, a pesar de su lógico encumbramiento económico, conservó su excelente y llano trato con todo el vecindario sin ningún tipo de distingo ni muestra de orgullo.
Levantada la fábrica, como ya se ha dicho en 1.930, con los más modernos métodos de esta clase de industrias en aquel tiempo, se hizo cargo de su maquinaria y funcionamiento el molinero Crisóstomo Giménez, natural de Villatoya quien vino a Venta del Moro, ya casado y con hijos y aquí vivió algunos años; quizás un par de ellos, ya que inopinadamente se declaró, sino incompetente, si abrumado por el mucho trabajo que comportaba, además de la responsabilidad que todo aquel inicial movimiento industrial conllevaba. Por ello no tardó en hacerse cargo como molinero mayor y responsable de la dirección fabril, Pascual Domingo Zahonero, oriundo de Siete Aguas y casado y residente en Caudete de las Fuentes, donde debió aprender el oficio en alguna de las fábricas de harinas allí existentes por aquellas fechas. Su esposa fue Angelina Ponce Martínez, natural de Caudete, y sus hijos, Angelina y José, ambos ya de raigambre venturreña, aunque la primera nació en Caudete, pero cuando ya su padre Pascual "el Molinero" llevaba trabajando en la fábrica venturreña de Julio Pérez un par de años.
Recordamos a algunos de los ayudantes molineros en la fábrica, tales como Lucio Moya García "el Mellao" y Lucio Ruiz Yeves, "el Curro", excelente futbolista en su juventud, y que asumió también el cargo de chofer de Julio Pérez para sus continuos desplazamientos a Valencia. La secretaría o administración corrió a cargo, muy pronto, de Antonio Tranzo ( de la familia "Chacón), casado con Piedad Pardo Moya; en la oficina administrativa de la fábrica ayudaba a Tranzo, Faustino Pérez, casado con Esperanza Cano. Circunstancialmente dio la fábrica de harinas trabajo a algunos hombres más, dado que, después se instaló aledaño a la misma un molino de piensos.
Como ya se ha dicho, esta fábrica adquirió fama y renombre, sobre todo en las décadas de la posguerra (los 40 y 50 del siglo XX) por circunstancias diversas. Las excelentes cualidades y don de gentes de Julio Pérez, por su simpatía, por sus justas actitudes y por su mano izquierda o gramática parda como se quiera decir-para el trato de agricultores y delegados del Servicio Nacional del Trigo, Comisaría de Recursos y Delegación de Abastos de Valencia, le llevaron a su éxito, pues todo ello influyó en los sufridos labradores, a quienes trataba directamente con agrado y desprovisto de inútiles seriedades. Nunca el tío Julio "El Molinero" dio muestras de orgullo o ampulosidad. Además, los servicios de la fábrica eran rápidos, sencillos y de afectuoso trato.
Alguien podría argüir que Julio Pérez hacia todo esto con su cuenta y razón y beneficios lucrativos, y es cierto y lógico, pero pudo más su forma de proceder en beneficio de la clientela, que hallaba aquí mas comprensión y, por supuesto, mucho mejor servicio, tratando directamente con el empresario o dueño, sin intermediarios, y con notable afabilidad.
Concretamente, cuando nuestro pueblo, como los demás, hubo de sufrir las miserias de la posguerra, la fábrica de Julio Pérez fue en muchas ocasiones lugar de remedios perentorios, recibiendo y capeando las inspecciones del Servicio Nacional de Trigo, avisando de antemano de la necesidad de proveerse de guías de circulación de cereales y otras zarandajas que venían a recaer sobre los sufridos agricultores, todos ellos de escasos recursos.
No hay que olvidar que eran tiempos del llamado y famoso estraperlo, en los que la necesidad obligaba a muchos venturrenos y aldeanos a caminar con sus cargas y carros, a veces con nocturnidad, para alcanzar el paso de Vadocañas y proveerse allí del trigo manchego que necesitaban para su propio consumo, unos para venderlo como podían, los demás, alcanzando precios abusivos el pan de entonces. Sin embargo, no hemos conocido a ningún venturreño que con ello se hiciera rico, sino al contrario, pues a más de uno le costó multas de la Guardia Civil o de la Fiscalía de Tasas. Fueron años calamitosos aquellos en que se cantaba: "Bollo va, aunque sea con harina de ceba.... ¡Bollo va!". Y, a propósito, no quiero silenciar a más de uno de aquellos estraperlistas venturreños de chicha y nabo le costó dejarse "las perras" en Vadocañas, pues en su posada había una mujer, su dueña, una tal Manuela, que todas las noches montaba su timba de "monte y chirra", y con habilidad pasmosa dejaba limpio al más pintado y experimentado jugador de naipes. Eran malos años, pues a ello se sumaba la obligación de la entrega de cupos de trigo impuestos a los agricultores para que vendieran a precio de tasa parte de su cosecha para ir abasteciendo las grandes ciudades, y aquello, alguna vez clamaba al cielo, pues se obligaba a gente que no llegaba a cosechar para mantener a su propia familia ni siquiera medio año. Y por ello hay que decir que el tío Julio, muchas veces tapando, otras agasajando y algunas con verdadero riesgo para su fábrica, a la que en cierta ocasión se advirtió de posible cierre y sanción por tratar de ocultar pequeñas maniobras de ocultación en favor de algunos agobiados campesinos. Un inspector del S.N.T., apellidado Guijarro exigía vigilancia en entradas y salidas, guías y papeles, pero, aún cumpliendo con su deber, hubo de dejar intervenciones sin resolver ante la ya dicha sagacidad y mano izquierda de Julio Pérez, el tío Julio "El Molinero".
Como anécdota, debo decir que al inspector Guijarro, el tío Nicolás Monsalve, que era el Jefe de la Hermandad de Labradores de nuestro pueblo, por similitud de vocablos le llamaba "el señor Peñazo".
Bueno es decir que el tío Julio ganó dinero durante la gerencia de su fábrica de harinas "La Ideal". Era lógico, pero no se convirtió en potentado ni invirtió en negocios sucios. Todo lo más fue la compra de la finca "Casa Nueva" a los herederos de don Pascual Climent, de Requena, para sus hijas Julia y Pilar, ya casada con José Pérez y Emilio Cogollos Rubio, el primero propietario y único heredero de Francisco Pérez Garrido, y el segundo maestro nacional de Casas de Pradas y después abogado en Carcagente, de donde era natural. Ambas han dejado descendientes.
Puedo y debo decir que Julio Pérez fue siempre valedor de algunas causas y hechos, simpático y dicharachero, mal jugador de dominó. Personalmente puedo testificar varios de sus protagonismos y ayudas.
La fábrica feneció cuando los nuevos tiempos la hicieron innecesaria en el último cuarto del siglo XX. Aún se conserva su fachada.

FABRICAS DE ALCOHOL "LA LORETANA" Y "LA PRIMITIVA".
Hay que decir que ya a mitad del siglo XIX (Diccionario Geográfico Madoz), se habla de la existencia en Venta del Moro de una fábrica de aguardiente; de relativa sencillez, ya que contaba con un solo alambique. Y, a comienzos del siglo XX, un requenense, don Fernando Montes Llanos, levantó una fábrica de alcohol vínico, en el paraje Los Desmayos, que tuvo cierto éxito al principio pero fracasó años después. De D. Fernando Montes cuya casona estuvo (y está pero con otro propietario) en mi querida calle de Los Arcos (hoy Victorio Montes), fue un abogado sin ejercicio, procer y hacendado, que cedió gratuitamente los terrenos para el nuevo cementerio, adosado al viejo camposanto venturreño.
Parece que hubo de ser corriente la instalación de alambiques de cobre y fabriquillas de este tipo a finales del XIX y comienzos del XX, consecuente a la creciente plantación de viñedo. Una, en total abandono, la conocí en el caserío de Los Pleitos, cercana a la aldea de Las Monjas; otra en Casas de Pradas, que explotaron hasta mediados del siglo XX los hermanos Collado Vicente, de Requena y otra, en Jaraguas, por las mismas fechas propiedad de Alberto García Monteagudo.
Pero sin duda alguna fueron de mucha mayor proyección e importancia las fábricas de alcohol neutro de vino, llamadas "LA PRIMITIVA" y "LA LORETANA", montadas una tras otra en Venta del Moro, por los hermanos Antonio y Julio Vento Galindo, cuyos principios radicaron en una primera y sencilla instalación montada por Antonio Vento en la aldea vecina de Casas del Rey, lugar de los primeros amores del mayor de los Vento, y que se enamoró allí de Regina Carrasco Pérez, preciosa y gentil noza de esta aldea, quién fue su primera
esposa -ya en Venta del Moro- y que falleció al poco tiempo de matrimoniar.
Todo esto sucedía en la década de los años veinte del pasado siglo XX, y comienzo de los treinta.
"La Primitiva", ampliada después en sus aledaños con "La Loretana" (por adquisición de las antiguas instalaciones de don Fernando Montes), adquirió una enorme importancia en lo económico y en lo social en los tiempos de anteguerra y la posguerra tras la guerra civil de 1.936-1.939. Sus proporciones y proyección en toda nuestra comarca venturreña y alrededores fueron manifiestas; ocupaba y daba trabajo, no sólo a los tres turnos de 8 horas que empleaba desde inicios de campaña, sino  que todo aquello comportaba extensivamente trabajo para acarreadores y transportistas, jornaleros y trabajadores que, autónomamente, se dedicaron a obtener en los montes públicos y particulares, choza o corteza de pino, tajos, tocones, leñas y madera procedentes de cortas o arranque de viejo e improductivo arbolado y arbustos, para alimentar el fuego intermitente o constante según épocas- que, calentando vinos y subproductos de orujo prensado, tras su secado y extracción de pepita o granillo de uvas, producía el alcohol puro de 96°, el alcohol de quemar, holandas y subproductos para diferentes usos: el principal, para abastecer la fabricación de diversos licores espirituosos (coñac, anisados, cremas etc...), que se producían en la fábrica que, desde antaño, la familia Vento Galindo tenía en Aldaya.
Esta fábrica constituyó también una de las principales fuentes de ingresos municipales a través del impuesto especial sobre alcoholes.
Si al principio fue prioritaria la obtención de alcohol puro de 96°, siguió casi con mayor importancia después la quema de vinos deficientes y del orujo, que era ni más ni menos que lo que restaba tras la exhaustiva prensa de la pasta de las uvas estrujadas. La extracción de pepitas o granillo del orujo dio en bastantes épocas trabajo a jornaleros eventuales, que se sumaban en aquellos tiempos difíciles a los que, por su cuenta, traían a la fábrica las leñas combustibles antes citadas.
Generalmente, como ya se ha dicho, en la fábrica Vento Galindo trabajaban tres turnos de obreros fijos, dividiendo las 24 horas del día, ya que cuando empezaba a funcionar no paraba hasta terminar la campaña o ultimar los productos almacenados en briseras y almacenes aledaños. Recuerdo a los trabajadores de dichos turnos: de Casas del Rey venían Gregorio Martínez "El Perrillo" y su compañero Eulogio Fuentes, destilador y fogonero respectivamente; del propio pueblo trabajaban allí en otro turno Bonifacio Iranzo y Ángel Haya y en el tercero Alberto Játiva y Segismundo Moya; en algún caso les sustituyó Gerardo Gómez. En la oficina de administración y contabilidad estuvo, desde un principio, Isidro Carrasco, "Cuellotorcío", hermano de la primera esposa de Antonio Vento y, posteriormente, como ayudantes Alberto Moya Martínez y, finalmente, Silvestre López Ponce.
Pero el capataz o encargado general de la fábrica fue siempre Aurelio Cárcel Pérez, casado con Dolores Hernández "la Sorda", padres del célebre Aurelio o simplemente "Areli" de sus tiempos de muchacho y juventud. Era Aurelio Cárcel el mayor de la familia de los "Triburcios", (Tiburcio, por el nombre del padre), persona honrada y fiel, dado a la chirigota, a la broma, a la copla chocarrera, al chiste y al juego de palabras; llegó a ser primer teniente de alcalde (1.943 a 1.948) cuando la Alcaldía de Julián Cárcel "el Curita".
Volviendo a los fundadores y dueños de la fábrica de alcohol diremos que, Antonio Vento Galindo (aquí siempre fue don Antonio), al enviudar de su primera mujer, llevado de cierta depresión, abandonó momentáneamente la dirección de la empresa y dejándola en manos de su hermano Julio, marchó a ejercer su carrera de maestro nacional a Falencia, donde conoció a su segunda esposa Consuelo Cosgaya, casándose y trayéndola a Venta del Moro, viviendo en una casa aledaña a la fábrica, y con la que tuvo cuatro hijos los venturreños Vento-Cosyaga, quienes después marcharon a otras varias latitudes.
Siguió don Antonio, junto a su hermano Julio, dirigiendo la empresa ventamorina. Ambos fueron siempre muy amantes de todo lo venturreño, cada uno a su estilo y conocimientos, con más residencia venturreña de Antonio, ya que Julio tenía que atender también el negocio familiar de destilería de licores en Aldaya, heredado por ambos hermanos de sus padres don Vicente y doña Ernestina; lo que no fue obstáculo para que Julio se enamorara de una guapísima venturreña, Ana Latorre Castillo, con la cual se casó a principios de los años cuarenta. Ya fallecido Julio, Anita vivió alternativamente en Valencia y en Venta del Moro, últimamente al cuidado de su madre ancianísima, Salomé Castillo, que alcanzó la friolera de los 103 años, falleciendo el año 2.002.
Posteriormente, Antonio Vento Galindo (a quién no hace mucho se le dedicó una calle en nuestro pueblo) tuvo otros dos hijos con Eloína Yeves Ruiz, guapa moza venturreña, de la familia de los Cabuchas.
Tenía Antonio Vento un gran corazón, era justo y cordial, afable y cariñoso, culto e inteligente, poeta y aficionado a la música; fue autor de una sentida "plegaria" a la Virgen del Loreto, que sigue cantándose todos los años durante las fiestas de nuestra Patrona en todas las celebraciones religiosas parroquiales. Era un gran amigo y seguidor de nuestro mejor acordeonista de todos los tiempos, Emilio Martínez "El Sergio", y sus compañeros y amigos de tertulia, dominó, de conversación y afectos, Miguel Martínez "El tío Perrillo", y el famoso Ignacio Ponce Escrich "El Ollero".
Ya fallecido don Antonio Vento, sus restos yacen en nuestro cementerio, sobre cuya lápida se puede leer un epitafio que él mismo compuso, próxima su muerte, pidiendo una oración de todos aquellos que le amaron y a quienes él amó. Falleció hacia principios de los años 80.
Su hermano Julio Vento Galindo, también, como ya hemos dicho persona afabilísima, de carácter menos temperamental, también forma parte de nuestra historia venturreña vinculado a los Latorre, descendientes de aquel gran secretario del Ayuntamiento D. Victorio Latorre Cárcel, de quién oportunamente hablaremos.
La proyección de los Vento Galindo también alcanzó al comercio local (aparte de la fama en Valencia y toda la región valenciana de los licores fabricados en Aldaya por Vento Galindo S.L.), pues se montó una tienda, a la que llamó "Destilería", regentada por Gregorio Yeves Beltrán y su esposa Desideria López Pardo, que vendió durante bastantes años en la calle de la Manzana- los productos de la casa Vento Galindo. Igualmente funcionó durante una larga época la tienda que se montó en Requena, a cargo del enólogo de fama, Gregorio Cuartero.
La fábrica de alcohol Vento Galindo, de Venta del Moro, cerró sus puertas y su fabricación cuando ya no tenía razón de existir, dado que las modernas instalaciones alcoholeras de las cabeceras comarcales Requena y Utiel, con San Antonio, absorbieron sobradamente la función extractora y destiladora de vinos y subproductos del amplio comercio comarcano y provincial. De igual manera cerraron los establecimientos comerciales Vento Galindo de Valencia, Aldaya, Requena y Venta del Moro. En la actualidad solo quedan los restos de la fábrica y edificios aledaños, casi en ruinas, que últimamente fueron adquiridos por los hermanos Clemente Domingo, venturreños especializados en musicología y fundadores de la Casa "Clemente Pianos" de reconocida fama en los ámbitos comunitarios valencianos y zonas limítrofes.
Pero, indudablemente, la añoranza y el recuerdo permanecen, de cuando funcionaba la fábrica (instalaciones sitas en las calles venturreñas de la Montera y Conde de Villamar)... Y con muchas anécdotas de sus trabajadoras y empresarios dignas de contarse en lugar aparte, también quedó una muy triste, el recuerdo de la muerte de uno de sus obreros, Eulogio Fuentes, de Casas del Rey, quién fue abatido por la Guardia Civil, tras haber hecho el relevo nocturno en la fábrica, por el error fatídico de un Guardia novato, inexperto y nervioso, que disparó en la oscuridad de la noche, creyendo malhechores a quienes regresaban de su trabajo, camino de la aldea. Fue un lamentable suceso que conmovió a nuestro pueblo. Ocurrió el 6 de febrero de 1.945.

LA BODEGA "LA IDEAL"
En los primeros años de la posguerra civil, a comienzos de los años cuarenta, el venturreño don Victorio Latorre Cárcel, quién ya se había separado -por cierto muy amistosamente- de su socio Julio Pérez García en el negocio de la fábrica de harinas "La Ideal", tuvo la feliz idea de construir la primera bodega industrial ventamorina. Se llevó a efecto sobre un desnivel que hacía la carretera de Venta del Moro a Casas de Pradas, pasando Los Caliches, recayente a una propiedad de don Fernando Montes, próxima a la Casilla de La Era. Fue llamada Bodega "La Ideal".
Era lógico y hasta muy necesario el proveer al pueblo y a los viticultores venturreños de amplia bodega para transformar allí sus cosechas de uva, labor que acometió don Victorio Latorre, a quién se llamó y llamaremos popularmente el tío Victorio, dado que no existía por entonces ningún otro establecimiento de este tipo, ya que se seguía industrializando la cosecha vitivinícola en los viejos trullos y bodeguillas particulares, salvo alguna excepción como la bodega de Emilio y Eliseo Ruiz "Los Rebollo" herederos de Nicolás Ruiz; pero que sólo era capaz para una pequeña parte de la cosecha venturreña. Por aquellos tiempos, todavía no había pensado ( o al menos no lo había puesto en práctica) la Cooperativa Agrícola o Sindicato, que como industria almazarera venía funcionando desde los primeros años treinta del siglo XX, verificar instalaciones cooperativistas de este tipo; cosa que posteriormente realizó con la creación del Grupo Sindical de Colonización 213 y fundación de su bodega, por cierto por los mismos parajes que la "Ideal", cosa que se realizó en 1.955 y 1.956. Por ello, prácticamente, en nuestro pueblo y aldeas cercanas (no hablamos de Jaraguas ni Casas de Pradas), no existían bodegas capaces de absorber la creciente producción de uva de vinificación. Y ello fue resuelto por la ya repetida Bodega Ideal, creación de Victorio Latorre Cárcel. Por aquellos años, en que todavía era secretario del Ayuntamiento, se dedicó a la construcción de esta bodega, a la que ya asistió totalmente en 1.950 en que, a petición propia, dejó la Secretaría dicha. Se construyó la bodega con los adelantos que por entonces se podían disponer y muy pronto absorbió una gran parte de la producción venturreña. Su enólogo y capataz fue durante largos años Gregorio Cuartero Pérez (1.903-1.977), requenense enólogo de fama, formado en la Estación de Viticultura y Enología de Requena, que dedicó toda su vida al estudio de la viña y el vino, hombre de excelentes condiciones en todos los aspectos. Compaginó sus tareas de bodeguero de La Ideal, venturreña, con la dirección de la sucursal de la Casa Vento Galindo S.L. en Requena, instalada como licorería en la antigua calle de la Botica requenense.
La bodega "La Ideal", absorbió en trabajos de temporada la mano de obra necesaria para su cometido industrial de vinificación y coadyuvó ciertamente, entre los años 40 al 60 del pasado siglo, al sostenimiento socio-económico local. Recuerdo a algunos de sus trabajadores en tareas de limpieza, vendimia y subsiguientes empleos, tales como Francisco Yeves, Emilio Moya, Antonio Pérez y otros más.
Ya hemos anticipado que sus actividades duraron hasta que se fundó el Grupo de Colonización, cooperativo, y la última Bodega Cooperativa "La Unión", y la fusión de ambas organizaciones. Y ya decayó y ultimó su servicio cuando, además, la empresa de su hermano José María Latorre e Hijos "Latorre Agrovinícola", vino a ocupar el espacio vinícola de viñadores particulares, no asociados en el cooperativismo.
Las prendas morales y de organización de Victorio Latorre se vieron reflejadas en la repetida instalación bodeguera; pero ya venían de más antiguo, pues su labor como secretario del Ayuntamiento y su don de gentes, particular y en atenciones, fue siempre ejemplar. Y no es menester decir que igualmente sucedía en su vida familiar. Casado con Salomé Castillo García, tuvieron tres hijos, Ana, Victorio y Raúl. La primera, matrimonió con Julio Vento Galindo; Victorio, un gran hombre, ingeniero industrial, casó con Amparo Zacarés Vicente, de Valencia, y fue durante muchos años director de la empresa Yutera, de Foyos; siempre fue el más fervoroso de los amigos venturreños, y al jubilarse volvió a sus lares y compartió inquietudes culturales en pro de nuestro pueblo con quienes se interesaron por ello. El hermano menor, Raúl, se encargó de los bienes agrícolas de su familia y fue un tiempo presidente de la Hermandad de Labradores. Los tres hermanos nos han dejando herederos que, en algunos casos significativos, vuelcan sus desvelos venturreños en la recuperación de los valores importantes de nuestras raíces. Victorio y Raúl ya fallecieron. Ana Latorre también viuda ya de Julio Vento, aún hubo de tener a su cuidado a la tía Salomé Castillo, su madre, que alcanzó la edad de 103 años, fallecida, después de haber sido homenajeada por nuestro pueblo en alguna ocasión, debido a su longevidad, en el año 2.002.

LAS DOS GRANDES ALMAZARAS VENTURREÑAS DEL PASADO SIGLO XX.
El cultivo olivarero de Venta del Moro, alcanzó bastante importancia a partir del siglo XIX, pues prácticamente en el siglo XVIII apenas se menciona (datos de las respuestas del Catastro del Marqués de la Ensenada -1.752-). Y lo fue de una forma particular en terrenos de secano no aptos para la siembra de cereales (trigo, cebada y avena) o escalonados y separados por hormas y ribazos, tanto en los parajes cercanos a Venta del Moro como en los de sus aldeas, antes de llegar al auge de la plantación vinícola.
Hubo propietarios y pequeños labradores que compatibilizaban ambos cultivos y, hasta en algunas zonas del mismo terreno, se introducía el cultivo del azafrán (zafranares), para ayuda de la precaria situación económica familiar; y ni que decir tiene que, bordeando los ribazos, cerca de ellos o en sus hormas, se disponía generalmente el plantío de almendros y algún otro frutal.
Se han conocido olivares venturreños de considerable número de píes u olivos: recordamos en nuestra niñez los olivares de la Cuesta de Requena; propiedad de don Fernando Montes, y aquel famoso olivar de la Casa Garrido —hoy todo viñedo- del que se dijo que, en los aledaños del viejo camino a Requena, las primeras filas de oliveras alcanzaban el mismo número que los días del año, 365; puedo atestiguar que en mis tiempos infantiles, si no llegaba a tal cantidad la primera fila, le faltaba poco. Pero no solamente aquellos viejos olivares de las grandes propiedades, sino que raro era el campesino (o jornalero) que no tuviera algún olivarcillo, muchas veces para el sostenimiento anual de su propio consumo familiar.
Muestra de ello, hemos conocido viejas almazaras, piedras cónicas giratorias sobre plataforma pétrea a tracción animal, en Casa Garrido, Muela de Arriba, Los Pleitos, Casa Nueva; y en el mismo pueblo, los viejos molinos de aceituna de Policarpo Haya, el tío Francisco Moya y el también antiguo de José María Latorre; después se instalaron a base de energía eléctrica en Casa Garrido, Casas de Moya y los dos de la población, José María Latorre y el del Sindicato Agrícola.
Muy especial y particularmente nos referimos a estas dos últimas almazaras, que alcanzaron fama y celebridad en toda nuestra zona y parte de la comarca aledaña o lindera con nosotros; y con mayor interés e importancia en los años de la preguerra y posguerra de la Guerra Civil de 1.936-39; lo que motivó nuestro auge industrial en aquellas épocas vitales para nuestro pueblo, junto a las fábricas de harinas y alcohol y otras pequeñas industrias.

LA ALMAZARA DE JOSÉ MARÍA LATORRE
Ubicada en la calle de los Huertos, aledaña al entonces huerto cercado de doña Efigenia Herrero Haya, dama venturreña que casó, y enviudó, con el General D. Juan Romero, y por frente a la ollería de Rafaela Escrich —después de Ignacio Ponce Escrich "El Ollero", la fábrica, molino o mejor dicho, almazara propiedad de la familia Latorre, funcionó desde finales del siglo XIX hasta casi llegar al último tercio del pasado siglo XX, mucho antes de que se instalara por el Sindicato Agrícola su gran e importante almazara en la calle o bajada de la Cuesta de la Noguera.
Absorbió, por decirlo así, la producción aceitunera venturreña y aldeana para su transformación en aceite de oliva, por molturación, prensado y decantación, según se usaba en aquellos tiempos.
Estaba dirigida o regida por su propietario, José María Latorre García, quién la heredó de su padre José María Latorre Giménez.
Con referencia a la familia Latorre, sabemos que era originaria de Fuenterrobles, que llegó a nuestro pueblo a mediados del siglo XIX (Hipólito de la Torre o Latorre) como una especie de escribano, mediador o particionero, oficio que heredó y ejerció su hijo José María y, después su nieto Victorio Latorre Cárcel, ya éste último como secretario municipal.
Del segundo matrimonio de José María Latorre Giménez, nació José María ya que del primero nacieron Felisa y Victorio -e Hipólito, que falleció soltero y no dejó raíces-; y éste se hizo cargo tras su matrimonio con Benita Ochando Defez (de los Zarangas), de la almazara, rigiéndola como se ha dicho, por muchos años, heredándola sus hijos José, Miguel y Luis, quienes se dedicaron a la producción y negocio vitivinícola de su propia cosecha y otras adquisiciones, fundando ya sus sucesores la moderna instalación "Latorre Agrovinícola", actualmente en próspero funcionamiento.
La vieja almazara ni era rentable ni tenía razón de existir en el último cuarto del siglo XX, dado que, primeramente la Cooperativa Agrícola y su moderna almazara, y después, el abandono y tala de bastantes olivos tras la casi masiva emigración de pequeños campesinos venturreños y aldeanos, añadido finalmente por la absorción total en los últimos tiempos de una nueva Almazara Cooperativa, motivaron el cese y cierre de aquella vieja almazara o molino aceitunero de los Latorre.
Sin embargo, en este pequeño trabajo hemos de referirnos a ella porque en los años difíciles de la posguerra y posteriores, cubrió importantes servicios, cobrando casi siempre en maquila, a los olivareros venturreños y aldeanos que, por unas razones u otras, no se integraron en el movimiento cooperativo almazarero, primero, y vitivinícola después.
Facilitó trabajo la almazara a varios hombres, de los que recordamos principalmente a Francisco Yeves, Ángel Yeves y Emilio Moya "Colorín".

LA ALMAZARA DE LA COOPERATIVA AGRÍCOLA.
A comienzos de los años treinta del pasado siglo XX surgió en Venta del Moro el primer movimiento cooperativo agrícola, fundándose lo que en principio se llamó Sindicato Agrícola con el propósito de defender su producción olivarera, por lo que primordialmente se pensó en la construcción e instalación de una almazara acorde con los nuevos tiempos, en cuanto a maquinaria, almacenamiento de aceitunas y aceites, ya que, presumiblemente, se amortizaría su gasto en breves años, dada la afiliación asociativa de una gran mayoría de pequeños agricultores olivareros.
Pronto se transformó su denominación en Cooperativa Agrícola, nombre más apolítico surgido a raíz de la terminación de la guerra civil 1.936-1.939. Con las mismas funciones que el antiguo Sindicato, esta cooperativa reforzó los cimientos asociativos de sus fundadores y adquirió tal envergadura que, prácticamente un 75% del campesinado del pueblo y sus aldeas se asoció a la misma.
Aparte de su función principal de industrialización de la cosecha de aceituna, ejerció otras actividades (suministro de fertilizantes, anticriptogámicos, semillas, patatas de siembra y, posteriormente, montando en el mismo edificio de la almazara y contiguo a ella un molino de piensos). Pero, insistimos que el motivo principal y originario fue la propia almazara. Así funcionó todo ello hasta que en la misma cooperativa nació hacia 1.952, la idea de crear un Grupo de Colonización y bodega cooperativa, cuestión que se ultimó para entrar en funcionamiento hacia 1.956;
de donde nació la fusión con otra Cooperativa Vinícola, para formar la actual Cooperativa "La Unión"; esto último, realizado hacia los años setenta.

El trabajo que nos ocupa, de momento, se refiere a la gestión de la almazara, como amalgama de intereses, defensa de la producción aceitera y subsiguientes consecuencias. A finales de los años 40 y comienzos de la mitad del siglo XX, el registro de socios llegó a la cifra superior a los quinientos. No solamente se inscribieron los pequeños agricultores de Venta del Moro, sino que masivamente se sumaron los de Jaraguas, Casas de Pradas, Casas del Rey, Los Marcos, Las Monjas y Pedriches (buena parte también de Casas de Moya, aunque esta aldea tenía su almazara), y, sin ningún inconveniente se asociaron gentes de Fuenterrobles, Los Cojos, Los Isidros, Los Ruices, Casas de Eufemia, Casas de Cuadra, Penen de Albosa, Los Sardineros y Los Duques, aunque esta últimas aldeas pertenecían y pertenecen al término de Requena.
El rendimiento de las aceitunas era variable, según su procedencia: menor rendimiento en las zonas más elevadas en altitud y mucho mayor en la parte de Los Isidros, Cojos, Penen y Sardineros, donde se alcanzó la mayor cuota, tanto en cantidad como en calidad, llegándose hasta un 27%.
Bueno será recordar, aunque sea someramente, a algunos de aquellos agricultores que formaron parte de su Junta Directiva, motor y fundamento del movimiento cooperativista venturreño, llevado por afán de mejoras y defensa de sus productos. En estas Juntas figuraron muchos; citamos por su mayor dedicación y entusiasmo a Julián Olmo Sáez, Marcelino Sáez Martínez, Jacinto Pérez Iranzo, Julián Cárcel Ruiz, José Antonio y Miguel López López, Andrés García, Daniel Cárcel Martínez, Francisco Gómez...y muchos más, cuya lista sería muy larga.
Cumplió la Almazara Cooperativa sus funciones razonable y eficazmente. Vivió tiempos agitados y épocas difíciles en las que únicamente el aceite de oliva autoabastecía a la población, ya que las colas del racionamiento para los demás artículos de necesidad y consumo eran interminables; a veces sirvió nuestro aceite de intercambio por otros productos (patatas, alubias o bajocas, trigo, maíz, tabaco etc...). El estraperlo también tuvo en el aceite algún conato hacia direcciones no cosecheras...
Nuestras almazaras, particularmente la Cooperativa y Latorre, sufrieron intervenciones, actas, decomisos y paralizaciones por parte de la Comisaría de Recursos y Fiscalía de Tasas de Valencia, que fueron resolviéndose gracias a la labor y la enérgica defensa que se realizó en defensa de los olivareros. En cierta ocasión (1.953 ó 54) se nos llegó a inmovilizar un millón de kilos de aceituna y medio millón de litros de aceite, por una infracción que no era tal y que, posteriormente, en quince días se solucionó muy favorablemente; alguien se hizo responsable de todo, hasta que se logró resolver en mejores condiciones de las previstas antes de la inmovilización y casi incautación de aquella enorme cantidad de aceituna y aceite, propiedad
exclusivamente de los cosecheros.
Recuerdo mucho a los trabajadores de la almazara cooperativa, con los que tuve bastante relación: Sabino García Fernández, Eulogio Moya Yeves, Lucio García Ruiz, Lucio Salinas Herrero, "Los Pelaos", "Los Chichones", "Los Villarta", "Los Ratas", "Los Cuervos", etc, etc...
Cesó en sus funciones tras la gran emigración de pequeños agricultores a Valencia, Barcelona y el extranjero; y fue acabándose poco a poco por falta de cultivo y consiguiente producción.
Hace unos pocos años dio paso a otra nueva Cooperativa Almazara, de modernísimas instalación de industrialización rápida y eficaz, que ha renovado el orgullo venturreño de ser capital de una semi-comarca rural en este campo industrial agro-alimentario.
Pero aquellos años difíciles y aquel movimiento, casi siempre carretero —los tractores y otros vehículos vinieron después- desde las aldeas y pueblos limítrofes hacia Venta del Moro y viceversa, son dignos de recordar.
Como punto final diremos que aquí y por entonces hubo de todo; trabajo, sudor, lágrimas..., pero también alegrías, anécdotas, imprecaciones, suspiros, cordialidad y convivencia.
Muchas cosas más se podrían contar (lo que daría para una larga novela) del funcionamiento, el tráfago, alguna picaresca, el ir y venir y la dedicación de nuestros establecimientos industriales durante mas de medio siglo (décadas de los 20 a los 70 del siglo XX) que hicieron de Venta del Moro polo de atracción y capital, en algunos asuntos importantes para la diaria subsistencia y otras derivaciones económicas y sociales.
La fábrica de harinas de Julio Pérez García, la fábrica de alcohol vínico de los hermanos Antonio y Julio Vento Galindo, la primera bodega industrial de Victorio Latorre Cárcel, las almazaras de José María Latorre y, principalmente, la de la Cooperativa Agrícola, junto a otras pequeñas industrias (serrería de Antonio Tranzo y después de Gregorio Gabaldón), tejerías, herrerías, carpinterías y aperadores, comercios y tiendas, cafés y bares, carnicerías, hornos de pan... y otras actividades de menor importancia, dieron vida, en la precariedad de medios de la posguerra, a nuestro pueblo.
Todo empezó a fallar cuando el desolador pedrisco de 1.955 apretó los corazones venturreños y aldeanos, y empezó a remover conciencias incitando a marchar a otras tierras y lugares en busca del jornal seguro, sin estar sujetos a las inclemencias del tiempo y a los vaivenes —casi siempre cabeza abajo- de la economía.
Y emigraron..... Casi de forma masiva a zonas más propicias donde su trabajo sería recompensado. Muchos se fueron; muchos, también, con canas en su cabeza y con añoranzas jamás perdidas, vuelven a sus raíces cuando ya les alcanzó la jubilación. Pero muchos ya no han podido volver.....

- Otoño del año 2.002 -

Transcripción: Manolo Hernández (24 de abril de 2.003)

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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