SAN ANTONIO DE PADUA EN LA FUENSECA
Autor:  FELICIANO ANTONIO YEVES DESCALZO
(Cronista oficial de Venta del Moro)

Para ir desde Venta del Moro a la Fuenseca o Fonseca, caserío o aldea venturreña, a ori llas del Cabriel, ya casi en Contreras y muy próxima a los famosos cuchillos, y a las más famosas actuales Hoces (de las que nuca nadie se acordó, ni sabían que existiesen) y a otros para jes encajonados y abruptos (El Purgatorio, El Rabo de la Sartén, etc.), había que hacerlo por un estrecho y mal camino, casi sendil, sobre alguna caballería... o andando.

Pero un buen día, el día de San Antonio de Padua o 13 de junio, festividad patronal de La Fuenseca, hace ya casi más de 50 años (es decir a mediados del pasado siglo XX) nos invitó el alcalde pedáneo de tan singular aldea, a ir a ver y saborear la fiesta; éramos el señor Cura y yo; y se le ocurrió al señor Cura ir en motocicleta, conmigo de acompañante y acólito, a celebrar la Santa Misa y la correspondiente procesión del Santo.

Ya, de por sí, el viaje tuvo su intríngulis. Hubo que ver a aquel armatoste (de las primeras motos que aparecieron por el pueblo) saltar por el sendero, con el ardor del sol ya casi vera niego, cayendo sobre nosotros, entre polvaredas y vaivenes, y una pequeña caída sin graves consecuencias, a pesar que don Abel Aparicio, el Cura, era un buen motero ya por aquellos tiempos.

El caso fue que llegamos casi sin novedad al caserío donde nos esperaba el alcalde, Celestino Sáez, que heredó la pedanía de su padre y que entre ambos lo usufructuaron casi tres cuartos de siglo. Era un cargo casi vitalicio mandase quien mandase. Como no había allí más que una escasa docena de vecinos, alguien tendría que cargar con la responsabilidad y la confianza municipal, y como el cargo no daba más que algún disgustillo que otro y pocas ven tajas, el tío Celestino, padre y Celestino Sáez, hijo, cargaron —y además con excelente voluntad y agrado- con el cargo.

.Tras limpiarnos y asearnos un poco, empezó la Misa, y una vez celebrada ésta, se procedió a la procesión, que sería por unas eras y unos senduchos o caminos que apenas se ensanchaban para que, con angosturas, pasara la procesión de San Antonio. Pero, había una costumbre, que venía de tiempos lejanos. A la puerta de la ermita, y dispuestas las andas con la imagen cogidas por cuatro mujeres a pie firme y sin moverse, verificábase la subasta de las cuatro varas de las andas (las dos delanteras y las dos traseras) para recaudar fondos con que subvenir los gastillos que ocasionaba la festividad, tanto para donativo al párroco, como para el coste del baile, cohetes y convite al aire libre.
Y la subasta la hacía, como era lógico y consuetudinario, el alcalde pedáneo. Y allí estaba Celestino Sáez para ello, con toda la seriedad de su investida autoridad delegada, pero con el respeto y la altisonancia que el caso requería, tanto por su aspecto religioso como por la parte  cívica y costumbrista. Y empezó la subasta: - a ver! ¿Quién oferta y cuánto da por la vara delantera derecha? Y allí hubo pujas varias y de relativa consideración monetaria para aquellos tiempos. Al fin, tras alzas y más alzas, la vara fue adjudicada a un vecino, quien dijo tenía promesa y no quiso que se la quitara nadie. Y a continuación se procedió de igual forma, por pujas a la llana y en voz alta, para la vara delantera izquierda. E igualmente se sucedieron ofertas que culminaron, casi en la misma cantidad que la anterior, pero se la quedó al fin un vecino de Vadocañas, que como todo su vecindario acudió a la fiesta, pues era costumbre que llegaran allí, años tras año, y fiesta tras fiesta, todos los habitantes de la ribera cabrielina, subiendo hasta del Retorno; y eso que había lugares que distaban de la Fuenseca treinta kiló metros de subida, por senderos, río arriba.

Adjudicadas las dos varas delanteras (sólo para hombres, pues las mujeres lo tenían prohibido y se contentaban con sostener al Santo a la salida del ermitorio y rezarle para que les saliera novio guapo y roscachán), el alcalde, el buen Celestino, dijo así: - ofrece y cuán to por la vara derecha trasera?Y allí nadie dijo nada. — que no hay naide ni denguno que quiera llevar al Santo por detrás?.. .Y, por compromiso, y azuzado por las mujeres, un riachero de los Cárceles ofreció seis reales. Y no hubo otra postura; así que Celestino dijo: - la una, a las dos y.. a las tres! ¡Pa ti la vara!. Pero al subastar la vara izquierda trasera, Celestino y los circunstantes, que éramos muchos, no observábamos y no oíamos más que el silencio.
- sus creís, que lo de atrás no es del Santo? Y por fin, alguien, de no sé donde, quizás algún fonsequero que no quería quedar mal con el pedáneo, ofreció otros seis reales... Y a empezar la procesión. Dio tres o cuatro vueltas por aquellas sendas y por la era comunal, y San Antonio de Padua, que estaba allí por expreso deseo del Padre Celestial, aunque en imagen y en espíritu en aquella pequeña pero cuidada efigie, parece que sonreía y bendecía a la multitud nana, antes de entrar y quedar en la pequeña iglesia.

Y hubo que ver los agasajos de Celestino y de su familia, y el respeto primero y la alegría después de todos los asistentes, que se dispusieron y nos dispusimos a comer lo que aquellos buenos aldeanos cabrielinos habían preparado... Era buena gente aquella, casi analfabeta, dado su distanciamiento en espacio con los lugares donde había ya escuela mixta. Pero con una honradez acrisolada por el trabajo y las penalidades. Por eso, cuando había que hacer fiesta, la hacían y resolvían como Dios manda: con seriedad y con mucha alegría.
Mucho recuerdo del buen Celestino. Su padre fue alcalde pedáneo de la Fuenseca duran te la Monarquía y durante la Dictadura de Primo de Rivera, y Celestino lo fue durante la república y bastantes años de la era de Franco. Aquella familia hubo de ser de todo: monárquico constitucional, monárquico en la dictablanda, republicano y revolucionario, ... y como el caso de Celestino Sáez, en los primeros en afiliarse a la Falange de Venta del Moro.

Por cierto que en la Fuenseca había otro afiliado falangista, un tal Antonio Navarro, y por celos o rivalidades o causas de desavenencias familiares, un mal día se pegaron una paliza, en la que Celestino se llevó la peor parte...¡ Y hecho un eccehomo, sangrante y apaleado, se pre sentó Celestino en la Venta a pedir justicia, pues el contrario “había inferido insultos y lesio nes a la primera autoridad aldeana’!.

El Alcalde se quedó perplejo y sin saber qué hacer. Al fin consiguió establecer la paz... que se consolidó cuando a los pocos meses el tal Antonio se fue con su familia de la Fuenseca para vivir en otra parte.

De toda aquella gente riachera que yo conocí, no queda nadie. Sus hijos o nietos, alguna vez parece que quieren ir por aquellos andurriales a conocer la tierra donde sus antepasados sufrieron lo suyo y mucho más.

Trascripción efectuada por Manolo Hernández. Abril de 2.005



Ermita de San Antonio de Padua en La Fonseca. Foto: N. Latorie
 

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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