UN PASEO POR VENTA DEL MORO

Autora: Ángela Calero Valverde

A primera vista puede parecer sencillo reconocer las características del pueblo en el que nos encontramos y, seguramente, la mayoría de sus habitantes serían capaces de adivinar cada uno de sus puntos geográficos con tan solo ver una pequeña fotografía. Se da por hecho que los que aquí residen, sobretodo los más veteranos, conocen los usos que son propios a los espacios concretos, los caminos que transitan por el municipio y entre sus diferentes aldeas, así como los oficios que en la actualidad predominan como medios de subsistencia. Dando un paso más, podemos afirmar que es posible reconocer los aromas, los sabores e incluso tener la sensación de estar en casa con tan sólo poner un pie en el suelo. Es cierto que la vivencia del territorio le da a uno los conocimientos necesarios para poder reconocer los lugares, al tiempo que le permite reconocerse a él mismo en ellos. Es cierto que llega un momento en el que la conexión entre un territorio y la comunidad que lo habita es tal, que difícilmente podríamos imaginarnos una vida plena en cualquier otro lugar. De algún modo nos sentimos arraigados a la memoria de nuestros antepasados, nos reconocemos en sus pasos, nos sentimos los sucesores de su legado en el medio que un día les cobijó.

Podemos dar por válido todo lo anterior pero, para ser honestos, debemos reconocer también que, al igual que nuestras comunidades, los paisajes se van trasformando con el tiempo, los lugares van perdiendo sus usos tradicionales y adquiriendo otros diferentes, debemos admitir que, para bien o para mal, ni nosotros, ni el entorno que nos rodea, podemos permanecer impasibles ante las influencias que nos llegan del exterior. Para poder visualizar esto con mayor claridad, les propongo realizar un ejercicio mental muy sencillo. Si cerramos los ojos y nos imaginamos a nosotros mismos en la plaza de Venta del Moro cien años atrás, poniéndonos en la piel de sus antiguos moradores, les aseguro que, al abrirlos, lo que veríamos poco se iba a parecer a la realidad actual que hoy en día conocemos. No sólo iban a cambiar los edificios y las calles, los medios de transporte o la vestimenta de la gente, sino que el paisaje experimentaría una transformación tal que nos iba a resultar complicado reconocer que nos encontramos en el mismo lugar.

Venta del Moro y sus aldeas, tal y como las conocemos hoy en día, han experimentado una fuerte transformación desde el finales del siglo XIX. Además de producirse una importante variación en cuanto a la población en diferentes épocas que ha desembocado en un descenso del número de habitantes en las últimas décadas, el abandono de las actividades tradicionales y su sustitución por otras nuevas han provocado que el paisaje cultural del municipio devenga nuevo. El progresivo abandono del cultivo del cereal, la apuesta por la plantación de viñas, así como la pérdida de actividad ganadera, han hecho que muchos de los enclaves más importantes del término en el pasado se conviertan ahora en evocaciones de una historia ya superada. No obstante, las múltiples manifestaciones de aquella labor incesante en el campo todavía son hoy visibles, formando parte de la riqueza patrimonial de este territorio.

A pesar del paso del tiempo, aún quedan hoy muchos mayores que nos recuerdan la agitada vida que tuvieron en su momento los caseríos, las ventas, los corrales o las casillas, espacios en los que hasta no hace muchos años se producía diariamente el trasiego de pastores, jornaleros, ganaderos y agricultores. Los parajes situados en las afueras del municipio registraban una actividad igual o más frenética que la del casco urbano del mismo, sirviendo de punto neurálgico de la subsistencia y la economía del lugar. La vida quedaba dividida entre la casa y el campo, siendo muchas las ocasiones en las que, por imposición del trabajo, familias enteras se mantenían alejadas de los núcleos de la población para llevar a cabo las tareas de las que iba a depender su subsistencia durante el resto del año.

Es posible imaginar, gracias a la buena memoria de nuestros informantes, el ambiente social y cultural que se palpaba en otras épocas. El ir y venir de los pastores trashumantes por las veredas, el pasto diario de los más de 65 ganados presentes en la zona, la incansable labor de los agricultores, etc, eran factores que fomentaban la creación de un característico clima de trabajo que hoy en día es prácticamente inexistente. Como bien comentan algunos mayores, la población de entonces estaba mucho más unida, se "apañaban" unos con otros y en la mayoría de los casos reinaba la cordialidad. Esto permitía que fuera frecuente ver a grupos de chavales charlando por las calles, a agricultores que compartían las tareas o a ramilletes de mujeres lavando juntas la ropa.

El bosque, mucho más practicable que en la actualidad, se mantenía limpio gracias a la existencia de las carboneras, de las que aún quedan restos naturales. Los campos eran utilizados diariamente tanto por los pastores como por los jornaleros o agricultores, por lo que las tareas de mantenimiento de los caminos y accesos a los corrales, caseríos y casillas se llevaban a cabo de forma constante. El medio parecía mucho más ordenado, trabajado. Los cereales, cebada y trigo en su mayoría, daban a la imagen un aspecto de abundancia que atendía a la realidad del municipio. A fin de cuentas, a pesar de que el trabajo era mucho, eran pocos los que no tenían un plato caliente al finalizar su jornada.

Estos modos de vida, tan ligados en la mayoría de los casos al medio natural, son los que han ido configurando con el paso de los años la imagen que hoy en día tenemos de Venta del Moro. El paisaje cultural que es posible percibir es el resultado de la manipulación directa que el ser humano ha hecho de los recursos y los bienes que la naturaleza del lugar le ha proporcionado. El paisaje no responde de forma exclusiva al territorio que nos alberga, sino que es algo delimitado y creado por el propio hombre a través de toda una serie de modificaciones en el mismo. Tampoco responde únicamente a razones físicas, sino que las costumbres y las tradiciones de las gentes que lo habitan forman parte indiscutible de su esqueleto, de su esencia y, en definitiva, de su identidad.

Una vez descrito y brevemente analizado el panorama, reconozcamos que la realidad de hoy poco se parece a la de hace apenas cincuenta años. El paisaje cultural se ha visto modificado de forma considerable. No cabe aquí una discusión acerca de lo positivo o negativo del asunto, pero sí una reflexión en torno a los aspectos sociales y culturales que se han visto implicados directa o indirectamente por los cambios acontecidos. El transcurrir de la vida de los lugareños y el medio ambiente que les rodea ya no siguen sendas paralelas. La relación entre ambos no es la misma, lo que no quiere decir que no sigan dependiendo el uno del otro de un modo irremediable. Lo que ahora nos parece "natural" o espontáneo no lo es en absoluto, es un producto, el resultado de las decisiones que la comunidad, que en su uso y "abuso" del medio, ha ido tomando conforme pasaban los años. Ahora la realidad de la zona es que el 65% de toda la superficie agraria está dedicada al cultivo de la viña, mientras que a finales el siglo XVII esta especie ocupaba un 0,5% del territorio. Del mismo modo, si en los años  40 del siglo pasado se podían contar hasta 65 ganados entre Venta del Moro y sus aldeas, lo cierto es que ahora apenas resisten tres ganaderías entre ovino y caprino. Estos datos que a primera vista parecen sorprendentes, se ven ampliamente reflejados en el paisaje actual de la comarca, tanto en su vertiente puramente física o estética, como en las pautas culturales que acompañan al territorio.

La relación entre el hombre y el medio, entre la cultura y la naturaleza, constituye un dilema del que se han hecho eco innumerables disciplinas sin mostrar hasta la fecha resultados convincentes. Dicha relación constituye el eje central de todas las explicaciones posibles y serias en torno a la idea de paisaje cultural, pues son las interacciones desarrolladas en el tiempo entre ambas variables las que lo configuran. La comunidad es afectada por el medio del mismo modo en que la naturaleza se ve afectada por la cultura. Son las gentes de este territorio las que han provocado y hecho posible lo que hoy vemos pero, al mismo tiempo, las condiciones del medio físico en el que nos encontramos han ido perfilando y matizando las costumbres, las tradiciones e incluso el carácter de la población actual.

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro
Lebrillo 26