Esta alumna, de los 40 recuerda con cariño los tiempos pasados en la escuela de Jaraguas y nos describe el local, los materiales de enseñanza y las emociones de la chiquillería del momento.

LA ESCUELITA DE JARAGUAS

Autora: Mª Victoria García Sánchez.

Los niños de la posguerra, o sea, los abuelos de hoy, recordarán aquélla época que, como todas las épocas, tuvo sus cosas buenas y otras no tan buenas. Bien es verdad que en aquellos años se carecía de casi todo. Pero...qué contentos íbamos a la escuela el día que teníamos la suerte de estrenar una de aquellas carteras de colores tan bonitas que, al ser de cartón, se nos pelaban en seguida ; o aquellas otras de madera con unos dibujos preciosos que en cuanto se nos caían un par de veces quedaban hechas trizas. Había otras de mejor resultado y, sobre todo, mucho más baratas. Eran aquellas que solían hacer las madres con un trozo de tela fuerte y le daban forma de un sobre de cartas, con un botón en la solapa como cierre y, de asa, una tira de tela o un trozo de beta. Las madres más mañosas incluso las adornaban como mejor sabían. Con el paso del tiempo han llegado a tener, para mí, un valor incalculable por el cariño con el que estaban hechas.
Nuestra escuela era una sala relativamente espaciosa : tenía dos ventanas y dos balcones y de sus paredes colgaban un crucifijo, un retrato de Franco, una litografía enmarcada de la Purísima Concepción y un mapa de España y otro de Europa. El mobiliario era viejo y escaso, tan escaso que algunas niñas habían de llevarse una silla de su casa para poder sentarse según el sitio que les tocaba, puesto que en la escuela no había más que bancos. Lo mejor de todo eran los WC: el nuestro estaba detrás del corral del tío Virginio. Nos "soltaban" al recreo (con muy buen criterio por parte de los maestros) un ratito antes que a los chicos y ... ¡hala! todas a "mear". Si surgía la otra necesidad y no llevabas un trozo de hoja de libreta, pues a buscar con cuidado una piedra que con suerte no hubiese sido ya usada. Si de pronto aparecían los chicos, rápidamente Faldas abajo. Algunos gritaban:

-¡Le he visto las bragas a fulanita!
-¡Mentira! contestaban.
-¡Yo también las he visto y son azules!
-¡Mentira!
-¡Qué las enseñe! ¡que las enseñe! repetían a coro el resto de los chicos, y si, por casualidad, sus bragas eran de ese color, toda roja, salía corriendo.

El material escolar era "especial", sobre todo los lápices y las libretas eran malísimos. El papel era de color parduzco y lleno de pequeños trozos de pajitas. Teníamos 3 libretas: una era para las "cuentas" ; otra para escribir en sucio y los dictados, que en algunas ocasiones y según las faltas de ortografía que tenías, así te "arreaban" de palmetazos ; y la tercera era para poner en limpio los trabajos ya hechos y no veas que disgusto tan grande cogías si tenías la desgracia que te caía un "borrón" de tinta, pues en esa libreta escribíamos con pluma de plumilla, algo parecido a las estilográficas, pero teniendo que ir mojando muy a menudo en un tintero y, claro, lo de los borrones era algo muy corriente, tanto como el tener los dedos manchados de tinta al acabar de escribir. También teníamos unos libros que la maestra nos hacía leer en voz alta de una en una. Una enciclopedia de grado medio, que los diversos temas de que constaba, habíamos de aprender a recitar de memoria.
El trabajo de los sábados era escribir el Evangelio correspondiente y por las tardes tocaba religión con el estudio del Catecismo. Los jueves por la tarde lo teníamos libre y algunos días de éstos, solíamos ir con la maestra de excursión a "Gilmarzo", a las Salinas o a buscar pinas o leña para encender la estufa en el invierno. Por las tardes se hacían labores de coser, bordar, trabajos manuales, etc... Las chicas mayores aprovechaban para bordarse el "ajuar". Los trabajos nos los calificaban del uno al cinco y al final del curso a las que más puntos tenían la maestra les hacía un regalito.
Había una actividad que nos gustaba mucho a todas: al menos dos o tres veces al año hacíamos "funciones", pequeñas obras de teatro en las que se cantaba, se bailaba, se recitaba...Ni la mejor compañía de Adolfo Marsillach tendría tanto éxito. Las niñas de aquel tiempo tuvimos la suerte de tener una buena maestra. Esta era una excelente pedagoga y supo hacerse de querer. Desde aquí quiero rendir un homenaje a la memoria de Doña Carmen Sanz Sanz.

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

Lebrillo 15