GONZALO HUERTA, ENTRE LAS CASAS DEL REY Y LA DERRUBIADA

© Ignacio Latorre Zacarés

Este invierno se produjo una entrañable imagen en Casas del Rey. En el campo de fútbol plantaron un olmo entre la persona mayor de la aldea, Gonzalo Huerta a sus 95 años, y Sara Picazo Santi-andreu, que con cinco años es la moceta de la pedanía.

Aprovechamos la ocasión y en uno de los frecuentes paseos de Gonzalo en esta lluviosa primavera le hacemos ver que le queremos robar un rato y charlar con él. Gonzalo, todo bonhomía, se muestra más que dispuesto y se alegra de que a su edad mucha gente quiera hablar con él.

Gonzalo nació en Casas del Rey en 1922, pero lo bautizaron en Venta del Moro, ya que en aquella época la aldea carecía de Iglesia y los sacramentos los tomaban en Venta del Moro o en Villargordo. No recuerda, porque tenía sólo un año, que en 1923 llegaron a Casas del Rey y Casas de Moya las misiones apostólicas del obispo Manuel Irurita y Almandoz que iba “por esos mundos de Dios” evangelizando aldeas y pueblos que quedaban generalmente a trasmano del mundanal ruido como El Reatillo, Casas de Eufemia, Casas del Río, Otonel, Cilanco, Los Cojos, Los Isidros, Villar de Olmos, Villar de Tejas, Chera y Sot de Chera.

Pero Gonzalo sí se acuerda cuando un 19 de diciembre de 1926, el Ayuntamiento de Venta del Moro aprobó la propuesta de los vecinos de Casas del Rey de cambiar el nombre de la aldea por el de “Casas de Cristo Rey” “en atención a que todos ellos profesan ideas religiosas”, según el acta del Ayuntamiento. El entrevistador le confiesa que en el siglo XVI las Casas del Rey aparecían como la Casa de Juan Ullán (y de Ullán a “Bullana” hay poco trecho).

También recuerda la construcción de la iglesia de Casas del Rey, cuya primera piedra fue colocada un 20 de mayo de 1927 bajo la advocación de Cristo Rey y que fue consagrada un 23 de enero de 1931. Gonzalo nos dice que fue realizada a base de jornales por parte de los propios casarreños con la intervención de dos albañiles de Venta del Moro y algún forastero que realizó el altar. ¡Ya tenían Iglesia para administrar los sacramentos!

Gonzalo lleva los apellidos Huerta Murcia como hijo de Mario Huerta García (1897-1981) de Casas del Rey y la tía María (Marieta) Murcia Tolosa de Villargordo (1903-1979). ¡Menuda pareja de padres! Ellos fueron quienes transmitieron junto con Pilar Navarro mucho y bueno del folklore de Casas del Rey al etnógrafo Fermín Pardo. ¡Si supieran ambos que lo que transmitieron está siendo interpretado por muchos lugares y que el “Fandango del tío Mario” es una de las piezas más reconocidas de la comarca! La voz inconfundible de la tía Marieta, con ese timbre tan especial, aún la podemos apreciar en todas las grabaciones de mayo casarreños. Hasta el tío Mario tiene su propia fuente junto a la rambla Bullana a los pies de la aldea.

Los Huerta son de los apellidos más característicos de la aldea. De hecho, comprobamos como los ascendentes del tío Gonzalo llegaron desde Villarta con Manuel Huerta y en 1817 ya tenemos a Juan José Huerta Martínez como el primer “Huerta” nacido en Casas del Rey, aunque la mayoría de sus hermanos nacieron en Casas de Moya (la aldea hermana y rival).

Gonzalo casaría con Isabel García Carpio y tendrían como hijos a Isabel, Gonzalo “el Rubio” y Ascensión, quienes le cuidan en su ancianidad y que le han procurado ya no sólo nietos, sino biznietos.

Mario, el padre de Gonzalo, era agricultor con las suficientes tierras para poder sostener a la familia y sin necesidad de acudir al “jornal de la vía”, es decir, a trabajar en la construcción del ferrocarril del Baeza-Utiel. Tuvo una infancia bonancible dentro de la dura posguerra. En casa se comía y además se hacía pan, pues tenían un horno moruno en su casa y amasaban para la vecindad. La harina la traían de Villamalea. Iban a por ella en macho, pertrechado de dos costales, cruzando el Cabriel por Los Cárceles. No podían ir con carro, pues había vados que no podían cruzarlos. De hecho, se acuerda que un vado del río estaba hecho a partir de represas de piedras que desviaban aguas del Cabriel. Después, mejoraron las comunicaciones y ya pudieron utilizar el carro.

Fue a la escuela en la aldea y con unos quince o dieciséis años se puso a trabajar en plena Guerra Civil. De la guerra se salvó, aunque tuvo que vigilar a algunos presos que estaban en Casas de Moya y no pudo evitar un servicio militar de posguerra larguísimo y “en la otra punta de España”. De la guerra se acuerda que su familia tenía una tiendecita y le incautaron productos que después consumieron en la Iglesia.

La posguerra la pasó por esas Derrubiadas trabajando sobre todo en la madera y nos cuenta historias del estraperlo que iba por esos montes y de los maquis o guerrilleros antifranquistas. Recuerda un secuestro que hubo, que creemos que fue el que acaeció el 19 de enero de 1951, cuando la partida guerrillera del “Manco de la Pesquera” secuestró en el camino de Casas Moya a El Tochar (Venta del Moro) al coronel de infantería Antonio Pons Lamo de Espinosa, consiguiendo un buen dinero por su liberación. También cuenta como un 15 de mayo 1952 la guardia civil mató al cabecilla guerrillero Pedro Merchán Vergara “Paisano” cuando recogía un mensaje en la estafeta de Cuevas Morenas.

Desde principios de los años 70 fue el encargado de la finca de El Calvario, en medio de la Derrubiada, ya cercana al Cabriel. La llevó con su hijo Gonzalo y ahora la trabaja su nieto Carlos. En la finca del Calvario había (y hay) muchos almendros, pumares, melocotoneros. Gonzalo dice: “Lo hemos llevado a “quitamalo”. La fuente, que ahí sigue aunque seca, estaba ya con sus escalones y con sus aguas regaban huertas para el consumo de tomates. No llevaba ganado, que sí había en las fincas colindantes de Casilla de Moya y El Retorno.

Habla bien del propietario de la finca que era un industrial acaudalado. Llegaron a un trato que le permitió estar en la finca dedicándole también algunos días a su propia hacienda.

De noche le tocaba vigilar con su coche a los furtivos y también vigilar las cosechas recogidas. Él mismo era cazador de liebres, conejos, perdices, porque entonces aún no habían llegado los jabalíes (tan populosos después) y los ciervos y otras especies exóticas actuales. Sí que había muchas zorras que ellos cazaban y cebaban, pues se les pagaba por capturarlas en el Ayuntamiento. Debían presentar la zorra entera y aún recuerda haber llevado alguna para ser aprovechada en Utiel.

Pero no todo iba a ser trabajo y recuerda también las fiestas de Casas del Rey, tanto del día de Cristo Rey como el de la Virgen de las Mercedes, y también como en época de penurias, alguna festividad la pagó el terrateniente D. Fernando Oria, gracias a la intermediación de su padre. Los acordeonistas que tocaban en el baile venían de fuera. Y sigue con su memoria y se acuerda de las fiestas taurinas con el peligro que conllevaban o los escasos años de fútbol en Casas del Rey. Se jugaba contra otras aldeas del pueblo, pero había mucha rivalidad y no pocos golpes y decidieron no continuar con el fútbol, pues los ánimos se excitaban en demasía.

Gonzalo pasa sus días entre Casas del Rey y Venta del Moro, en casa de sus hijos, paseando en cuanto puede y echando la charra y su consumición ya sea en el bar de la aldea o del pueblo. ¡A ver si le podemos entregar la placa del centenario!

 

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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