La morcilla del Tío Melguizo
© José María Yeves Nohalés

Los pelos se me ponen de punta, sólo pensando lo cerca que estuvo Venta del Moro de sufrir el cataclismo más gordo de su historia por una triste morcilla. Les cuento una historia verídica, con algún añadido de exageración venturreña propia, transmitida por los propios sobrinos del tío Melguizo, buen hombre y mejor vecino, que siempre tenía la sonrisa en la cara. Yo me lo pasaba muy bien con él, especialmente en carnavales y pascua, y lo recuerdo llorando a lágrima viva de risa cuando le contábamos alguna cosilla graciosa.

Los personajes de la historia son Crescencio Haya, conocido como el "tío Melguizo" y su mujer Dionisia "la del Melguizo". Al tío Melguizo le gustaban mucho el cocido y su mujer se lo preparaba con todo el cariño al único receptor de su amor, ya que no tenían hijos. La noche anterior, la tía Dionisia puso los garbanzos al agua con sal. Su marido le había traído los nabos y escarciles de la huerta. Limpió el hogar de las cenizas del día anterior, preparó las manguillas, pusieron la leña y le prendieron fuego, colocando el puchero de barro y fijándolo con el atrancador para que no se volcara. Lo medió de agua y echó un hueso de espinazo, medio pie de cerdo que lo tenía en sal de la matanza, un trozo de tocino, media garreta de cordero, un muslo de gallina, un pedazo de oreja de cerdo y una morcilla bolsuda (la causante de la discordia). Cuando el puchero comenzó a hervir, agregó los garbanzos, preparó y limpió los escarciles, peló las patatas y el nabo, añadiendo todo al puchero. Pasado un buen rato, con los garbanzos hechos y la carne casi cocida, probó la cocción y le pareció perfecta. Así pues, reservó el puchero al calor del hogar a la espera de que el tío Melguizo viniera de la huerta, pues hoy le había tocado la hora de riego y había segado alfalfe para los conejos.

Sobre las dos y cuarto del mediodía, apareció el cabeza de familia y se puso la tía Dionisia a preparar la masa. Abocó el puchero en la cazuela, mientras el tío Melguizo se afanaba por desenganchar el macho del carro y lo entraba a la cuadra. Se sentó a la mesa, haciéndosele la boca agua con el olorcillo del cocido, no sin antes haberse lavado las manos en la palancana ante la insistencia de su mujer. La comida estaba en su punto, como a él le gustaba, no muy salada, ni dulce, con el caldo justo y espesico. Finalizando la comida, el tío Melguizo pinchó la morcilla, que junto con el cocido era su bocado preferido, y ahí comenzó el conflicto. Crescencio escupió la morcilla al plato y dijo:

"Oye, esto no es una morcilla". 

La tía Dionisia saltó como un resorte:

"¿Cómo que no es una morcilla? ¡Tonto-chorra!".

"No me digas eso y te repito: esta morcilla no está buena".

Y la tía Dionisia:

"Tú estás tonto. La he sacado de la orza como todos los días". 

"Pos a mí me sabe raro".

Respondió el tío Melguizo.

Ante el enfado de la pareja, se llamó a los vecinos para que mediaran en la disputa y casi tuvieron que intervenir el alcalde y el juez de paz, hasta que Dionisia dio su brazo a torcer y probó la morcilla de la polémica. Se dio cuenta de que era verdad y de que la morcilla tenía un gusto raro. "¡Menos mal", exclamó el tío Melguizo, llevándose las manos a la cabeza, cayéndosele la gorra a la mesa, volcando el botijo y rompiendo el barral en el climax de la discusión. Pero las aguas retornaron a su cauce y poco a poco se comenzó a hacer la "autosia" a la citada morcilla y, tras arduo estudio, resultó ser una albacora negra (una breva).

La albacora se había secado en algún rincón de la despensa, cayendo después, por accidente, a la orza de las morcillas.

Acabo con otra pequeña historia del tío Melguizo. Una vez en los finales de vendimia, fue a por la última carga de uva a un chirrichal que no le quedaba más de 100 kilos de uva. Se le pesó y taró el carro y el encargado de la báscula le dijo a Crescencio que le debía 30 kilos de uva. El tío Melguizo, algo enfadado, le respondió que había traído poca uva, pero que no comprendía cómo podía pesar el carro más vacío que lleno. ¿Qué pasó? Pues que una vez había pesado y descargado la uva, a la hora de tarar, los encargados de descargar la uva se habían subido al carro de escondidas, pesando los bromistas más que la carga que había traído. Se armó un sano cachondeo, amagando el tío Melguizo de pagar a los bromistas con un trozo de travesaño del carro en plan jocoso.

¡Qué buena pareja el tío Melguizo y su muier Dionisia!

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

Lebrillo 30