Estaba en Venta del Moro

hace ya bastantes años

en ese puente de piedra

que hay saliendo por abajo.

Vi que se acercaba un hombre

con extraños movimientos

mientras bajaba la cuesta

de la Casita de Vento.

Llegado a dónde me hallaba

se detuvo a descansar

protegido por la sombra

de los árboles que hay

para decirme iniciando

sencilla conversación

lo penoso del camino

en hora de tanto sol.

¿Tan urgente era el recado

que había de despachar?

Pregunté al acalorado

por eso de no callar.

Sí se ve que lo sería

pues por el me van a dar

un pan y cuatro morcillas

con qué comer y cenar.

¿Y es usted feliz ganando

tan ridículo jornal?

La vecina que me envía

es pobre y no puede más.

Por su aspecto, ahora me fijo,

deduzco sin vacilar

que es usted un hombre excelente

aunque un poquito..."especial"

del que paisanos más listos

se saben aprovechar

malpagándoles trabajos

que ellos gustan evitar.

¡Se equivoca, señor mío!

Pues mis paisanos son buenos

y me dan para vivir

tanto o más que me merezco

lo mismo cuando trabajo

que cuando me encuentro enfermo,

ya sea un pan, ya algún huevo

o algún plato de caliente

con su buen aditamento.

¡Pero eso es insuficiente!

Le corto. No sufro que hablen

mal de ningún venturreño,

que les sobra caridad

para poder ir al cielo;

yo como nada ambiciono

vivo entre ellos contento.

¡Señores vaya lección

que me está dando este lerdo!

¿Puedo al menos preguntarle

a qué ilustre pensador

debe esta villa el honor

de que en la misma florezca

filosofía tan alta

fundada sobre el amor

que a toda alma noble exalta?

De lo que me dice ahora

no comprendo una palabra.

Si acaso, creo entender

que quería usted saber

el nombre del que le habla:

pues va a saberlo enseguida

y sin la menor tardanza.

Soy uno que en este pueblo

llaman Desiderio el Mata