¿QUIÉN ERES BONICO QUE POR LA CARA NO TE SACO?

RICARDA CÓLLIGA Y SUS CIENTO UN AÑOS

Autor: Ignacio Latorre Zacarés

Todos los venturreños mayores de 30 años recordamos con nostalgia el estrecho callejón de la calle del Aire donde diligentemente el Tío Millán y su mujer, la Tía Ricarda, despachaban las golosinas y chucherías de la época, extrayéndolas de una cesta de mimbre que parecía no tener fin en nuestra imaginación infantil. A este mismo callejón acudimos en una tórrida mañana de agosto, pero esta vez para hablar con Ricarda Cólliga López que a sus ciento un años es la venturreña más veterana. La tía Ricarda está en plenitud de facultades mentales, aunque las físicas estén un poco resentidas de una trombosis que sufrió a los 99 años y que para su desespero no le permiten cocinar como antes las paellas del domingo y el conejo en salsa que era tan del gusto de sus nietas. Su memoria se conserva intacta, su voz continua siendo fuerte y aún muestra rasgos de genio como cuando no consigue enhebrar una aguja o le ganan a las cartas (juego al que tiene mucha afición aún).

Animamos a Ricarda a que nos vaya desvelando algunos hechos de su biografía, que son los retazos de una vida típica de familia humilde y trabajadora venturreña acostumbrada a bregar entre las dificultades económicas propias de gran parte del siglo XX. "Nací el 7 de febrero de 1901 en la calle de la Picota (Venta del Moro). Mi padre era Lorenzo Cólliga, de profesión albañil, y mi madre se llamaba Cristina López. Ricardo y Juliana eran mis dos hermanos". No tuvo Ricarda una infancia fácil debido a las estrecheces de todo tipo que tuvo que soportar su familia, especialmente la enfermedad mental que padeció en sus últimos años su madre. Dado los continuos cuidados que requería su madre, su padre tuvo que dejar de trabajar y vender todas las propiedades familiares, excepto la casa que conservaron como último baluarte familiar. A los 12 años fallece su madre y Ricarda tuvo que abandonar la escuela de Dª Salvadora para ayudar a su padre en el mantenimiento de su familia. Lorenzo alternaba su trabajo de albañil con trabajos ocasionales en el invierno, cuando los frecuentes temporales paralizaban la actividad de la construcción. "En pleno invierno salíamos a hacer choza que consistía en cortar con un hachuelo las cortezas de pino". Esta "choza" era posteriormente empleada como combustible o para obtener el tanino utilizado en el curtido de pieles.

Su padre también era capataz en los distintos molinos de aceite de la población y alrededores (como el de Fuenterrobles) y ella acudía a llevarle la comida ya estuviera en el molino del callejón del "Tío Mellao" o en el de la Casa Garrido. De los olivares de la Casa Garrido ("365 hilás de olivos, una por día del año") y de su propietario el Conde de Villamar, D.Fernando Hernández de la Higuera, conserva muchos recuerdos: "En la cogida de la oliva, D. Fernando acompañaba a los trabajadores encendiendo hogueras de olivo a olivo para que pudiéramos calentarnos las manos. A mí me apodaba cariñosamente "chateta". A mi padre, que era el molinero, le tenía mucho aprecio y siempre ayudó económicamente a la familia cuando pasábamos penurias, especialmente cuando mi madre enfermó. Posteriormente en la Guerra (la de 1936) mataron al Conde. Con el dinero que ganaba mi padre en el molino del Conde me compraba 3 o 4 pares de zapatillas de esparto y yo guardaba un par para los domingos".

Vida trabajadora desde niña (vendimiar, rayolar, sarmentar, etc.) y con la ausencia de su madre acudía a lavar a la Fuente Nueva en el lugar de la rambla Albosa conocida cono "La Canal", donde existían unas losas de piedras y corría un agua muy buena. Con los cántaros se aprovisionaban de agua en la Fuente de los Desmayos y entre idas y venidas con los cántaros se aprovechaba para coquetear con los chicos. Los tiempos de ocio eran poquísimos y recuerda a sus tres amigas Carmen Yeves, Teodora "La Francha" y Engracia y cómo no podían ir al teatro "por falta de parné". Ingenuamente, Ricarda aún cree que en la noche de San Juan se acude al alba a lavarse la cara con agua de la fuente y que los chicos suben a los cerezos para coger cerezas a las mozas. Los presentes nos sonreímos y le comentamos que en esto han cambiado bastante los tiempos.

A los 15 años se ve obligada a buscar el sustento en Valencia donde entra a servir en una buena casa durante 21 años, afirmando que estuvo durante este tiempo como en su propia casa y con un gran aprecio por parte de la familia a la que servía. "El era D. Juan Goméz, Secretario General de la Federación Patronal Mercantil de Valencia y abogado muy bien relacionado en su época y ella era Dª Encarna". ¡Y tan bien relacionado!, pues Ricarda tuvo que dar de comer entre otros al General Franco, ya como dictador nacional, y a un jovencísimo, 9 o 10 años, rey Juan Carlos. A pesar de que en la casa el servicio era poco estable, la familia siempre valoró el buen hacer, fidelidad y las dotes de cocinera de Ricarda, manteniéndola durante muchos años en su casa. De hecho, la relación con los descendientes aún perdura y le visita una hija del matrimonio a quienes sirvió, quien considera a Ricarda como su segunda madre.

Tras 21 años en Valencia vuelve al pueblo, esta vez con vistas al casamiento, y así, a los 42 años, se casa con el célebre Millán García. Célebre pues Millán era la persona que todos los días viajaba en la línea de autobuses que iba de Venta del Moro a Utiel realizando los encargos que los vecinos del pueblo y de Jaraguas le mandaban (ver artículo "La camioneta y el Tío Millán" en "El Lebrillo Cultural" nº 15) y, además, era quien vendía las golosinas a la chiquillería. La casa la establecieron en el pequeño callejón de la calle del Aire donde aún pasa sus días de verano y donde acudíamos a comprar de chiquillos pipas y caramelos.

Ricarda ayudaba a su marido y así le acompañaba a vender chucherías por las aldeas en día de fiestas, retornando a pie ya de noche por caminos malísimos, o acudiendo a la Casa Garrido y la Casa Nueva en días de Pascua. Además, Ricarda también conseguía sus "dinerillos" barriendo la Iglesia, el cine, el baile, etc. La desaparición de su marido, hace unos pocos años, supuso para Ricarda unos momentos difíciles que ha podido afortunadamente superar.

Fruto del matrimonio es su hija María Cristina, quien actualmente se encarga de cuidarla a todas las horas del día. Afincada en Valencia, son varias veces al año las que vuelve a Venta del Moro con su hija y su yerno. Su vida transcurre relajada ("me acuesto a las 9 de la noche y me despiertan a las 11 de la mañana"), combinando sus afición a la lectura de revistas de cotilleos (si se olvidan de comprarle el "Pronto" se enfada) con las partidas de cartas. Además esta centenaria (la única tras la muerte de la Tía Salomé Castillo en el invierno del año 2001) sigue ayudando a su hija a coser. Este verano, gracias a la construcción de una rampa para impedidos, pudo contemplar la restauración de la Iglesia Parroquial que le dejó fuertemente emocionada. ¡A por los 102 años, Ricarda!.

Agosto de 2002

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

Lebrillo 19