VENTÚRRENOS IMPOSIBLES ( 2 )

"EL RELATO DE DIEGO FLOREAL, "EL ESPABILAO", EN UN DÍA DE CARNESTOLENDAS"

Autor: Javier García "Chole"

Todo ocurrió en un día de Carnestolendas, en la Venta; hacía frío pero el sol venía de primavera, el alicantino era suave, dulce, bienvenido y, como cualquier mañana en el pueblo, las mujeres por el pan, los hombres al tajo, los crios a la escuela los jubilaos al sol, el rumor de la Albosa era bendito y el tufillo de la leña, más bien divino.
El día anunciaba bullicio, ajetreo y algún que otro repique. Sonaban las doce en la torre cuando, de pronto, apareció, aquello, en medio de una polvisca densa y ruidosa. Venía por las últimas curvas que traen a la Venta por el camino de Jaraguas.
Se trataba de cuatro muías guiñosas que arrastraban una especie de deligencia renqueante cuyas riendas dominaba un personajillo vestido con hopa de lenzuelo y cordellate con aspecto más bien de frailecillo del medievo que de tratante de gorrinos, que son los que solían aparecer por nuestros lares en aquella época tan decadente; en fin, que el tipo en cuestión iba hecho un lázaro, (¡Para qué nos vamos a engañar!).
Entróse en la plaza y dímonos cuenta los allí presentes de que el hombre era más feo que Picio, hablaba sólo, caballero andante y escudero de litros de anís sin duda, de lengua despierta, ojos de recién gomitao, y manos de larga calavera.
En cuanto bajó de carromato, los paisanos pensamos que a no muy tardar se iba a armar la de San Quintin en nuestra querida Venta del Moro. Y así fue.
Por los corrillos del pueblo empezaron a fluir los dimes y diretes ante la impresión que causó la entrada del tal balandrán. Por las calles se rumoreaba : "Perro de muchas bodas que no come en ninguna por comer en todas", refiriéndose al esquelético quijote que nos visitaba, tan deshilachao, tan entresijao, que gozo daba más bien poco.
En aquella época, las autoridades municipales y eclesiásticas tenían autorizada una noche o dos a lo máximo de rienda suelta por Carnestolendas. Hombres, mujeres, venturreños y visitantes intercambiaban imaginación preparando el beile que durante esas noches iba a amenizar el bueno de Miguel Sáez Haba y su acordeón, que, después de una larga gira con el Circo Price, descansaba en su pueblo.
-¡Maldita sea! ¿Dónde puedo encontrar un correachel? -exclamó el singular saltarín, mientras manejaba torpemente el dogal de una de las muías, pues diestro con las caballerías no se antojaba-. Me llamo Diego Floreal,"el espabilao"... Pero, arrimaos, arrimaos gentes de bien, no tengáis temor de este viejo doncel.
Su acento era forastero, pero su hablar parecía más bien de Motilla o quizás de Minglanilla.
Se engarabitó a lo alto de la deligencia al mejor estilo trapecista y, dulzaina en mano, comenzó a canturrear, sin parar, a dar botes por la cima del cajón con delicada soltura, a tocar melodías muy extrañas para nuestros cansados oídos, a expresarse con las manos cadavéricas, con su cuerpo y con los ojos repletos de miradas abstractas, mezcladas entre amenazantes y benefactoras intentando decirnos algo importante, misterioso, tal vez.
-¡Este es como el Mudo, que no hablaba pero no veas lo que cascaba! -repetíamos sin cesar los asombrados ventamorinos que le contemplábamos, aunque ya se estaba volviendo cansino y alguno hasta le hacía pedorretas.
De pronto paró en seco y comenzó a mover sus brazos, como las aspas de un molino y lanzó una coletilla:
-Vengo a vestiros de magia. ¿Sabéis lo que es? A disfrazaros de mi vida, a encorsetaros de alegría, -gritaba con esa voz carajillera que nos contagiaba.
De una pata, se abrieron cuatro ventanucos de "La Carraca Veloz", que así ponía en la tartana, donde cientos de alambiques, probetas, tubos de ensayo y tarros de latón con algún que otro ardacho en conserva y con inscripciones como: "Sales de Pinatero", "Veneno contra la tristeza", "Alos del mago Drum", "Hígados de Garrapata en aceite" llenaban aquel peculiar recinto. Los allí presentes no dábamos crédito a lo que veíamos. Abrió uno de esos botes, el de Polvos de echar. Entonces, un olor infernal se deslizó por todo el Barrio de Las Cruces arriba y abajo y, abriendo los brazos en cruz, exclamó:
-Ja, ja, ja..Jo,jo,jo... ¡Aquí tenéis vuestra fiesta, pues yo vengo de Álifbay, la ciudad más triste del planeta! ¡Vengo huyendo de su ejército, pues descubrieron que en mí quedaba algo de alegría! -y prosiguió:- He pasado por Filistia y Micrónoma, por la Isla del Pepino, por el Pozo del Fin del Mundo. Estuve preso en las mazmorras de Brustol y casi me dan caza en los oasis de Ofir, la ciudad sin agua. Pero, al llegar a Europa, un viejo pastor de Flandes que me alimentó con unas hogazas a cambio de información, pues yo le facilité las fórmulas y manuscritos que conseguí durmiendo de trinchera en trinchera. Me dijo que la tierra más bonita del universo es un lugar llamado Fonseca, habitado por tigres de Bengala , flores sin pétalos y pájaros sin alas ni plumas que campan a sus anchas, y no sólo eso, sino que sus gentes son enfermizamente buenas, repito, enfermizamente buenas. Pero... ¡Malditos pergaminos! La Fonseca de bonanzas de la que me habló el anciano pastor no es ésta de vuestras tierras, pues no veo tigres y con lo único que tropecé fue con cinco galgos mal nutridos, jilgueros y gorriotes, flores de romero y almendro y esas cepas que no sé qué tipo de fruto paren. Sólo vi algo parecido en todos mis viajes al norte de los Pirineos. ¡Malditos mapas, demontre!
En eso, la expectación en la Plaza había crecido hasta el punto de que algunos incluso le creyeron y aplaudieron a rabiar, encabezados cómo no, por el Tío Bollo, el buenazo del Tío Bollo.
En cambio, otro grupo, dirigido, cómo no, por el Tío Perico, el fanfarrón del Tío Perico y sus fieles amigotes, apuntillaron:
-¡Romancero, gachulitero!, ¡Menuda marándula estas liando! ¡Anda, anda y... arréatela de aquí, gurrumino, arrea a golismiar por otros andurriales querido, que ovejos ya hay bastantes en el pueblo! -dijo con esa voz, tan bruta que le caracterizaba.
Ya se habían formado dos bandos en el pueblo, Los Pericos y Los Bollos, cuando El Tío Bollo salió en defensa del holgazán:
-Perico, imagino que lo de ovejo no lo dirás por mí Pero ¿no veis que el pobre, está destarifao? -y prosiguió:- ¡Venga! Venga con nosotros, hombretón, cierre la paraeta y acompáñenos a por un plato de almortas, que hoy toca ración extra, y no haga caso de estos tocagüevos, además también le voy a abrir la orza y la garrafa de vino y p'al final... unos bocaíllos.
Eso hizo mientras el Tio Perico refunfuñaba y reía del singular adán. Las burlas de Perico y sus amigotes fueron insufribles, poca compasión tuvieron del pobre Diego Floreal.
Lo cierto es que el beile de la tarde prometía y el acordeón de Miguel iba a echar humo, seguro...
Y así fue. Todo el mundo aún recuerda cómo apareció el Tío Bollo y su cuadrilla de amigos, novietas y demás acompañantes: bellas máscaras, pelucas nunca vistas, maquillaje y purpurina, disfraces bordados en sedas orientales, brillo en los zapatos (algo increíble para esos tiempos que corrían en la comarca), perfumes exóticos, risas, más risas y anís en cantidad no les faltaban. Fueron la sensación.
¿De dónde sacaron tal botín? ¿Quién pudo engalanarlos de semejante guisa? Hoy aún sigue siendo un enigma.
Fueron la envidia del beile de aquel año, la envidia de todo el pueblo. ¡Qué digo! ¡De todo bicho viviente!
¿Y el Tío Perico y su cuadrilla? La única verdad es que todos ellos perdieron misteriosamente las llaves de sus casas esa noche, discutieron sin parar y sin razón alguna se les escaparon cuatro collejas cuesta arriba y cuesta abajo por el camino y hoy en día algunos siguen sin hablarse, ni ellos ni sus descendientes.
Con aquel rufián ¿qué leches pasó? ¿Los vistió de magia como prometió? ¿Fue una indigestión de almortas o de bobal en líquido?.
Aquel farandulero desapareció tal como vino, aquel mercachifles sin oficio ni beneficio se esfumó con el aire, aquel tomapelos y chinflainas nos dejó un bello recuerdo y un cuento que contar.
-"Era como el Mudo, que no hablaba pero no veas lo que cascaba"
¿O es que nuestra bien querida Venta del Moro era la capital de aquella tierra que buscaba llamada Fonseca y que allí encontró a esas gentes enfermizamente buenas de las que hablaba? Seguro que esto último fue lo que ocurrió y así les recompensó.
Sea lo que fuere, Diego Floreal "el Espabilao" será recordado desde el momento en que has leído esta sin par historia. ¡Que ande por sendas y veredas con salud y nuestra Virgen le proteja, pues buena falta le hacía a ese correveidile que ya entró en cada uno de los corazones de estas gentes enfermizamente buenas que leéis este relato...!
(A mi cuadrilla, por singulares y por ser enfermizamente buenos amigos).

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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