VICTORIANO OLMO, ALCALDE DE AGUAS DE CASAS DEL REY

Autor:IGNACIO LATORRE ZACARÉS

 

En nuestras tierras de secano, cualquier humilde venero de agua era un bien muy apreciado y aprovechado para cultivar aquí unas lechugas, allí unos tomates o cebollas. Ramblizos, fuentes, choclas, azudes, etc. originaban algunas veces sus propios sistemas de riego, canalizando las menguadas aguas por medio de acequias. El pueblo y las aldeas estaban rodeados por fértiles huertas de verano cuyos productos servían para complementar la dieta familiar. Todos estos riegos contaban con su propio “alcalde de aguas” (en otros lares denominados “jueces de aguas”), personas de confianza que regulaban los turnos de toma de agua, se encargaban de que las acequias estuvieran limpias o de dirimir los conflictos que pudieran suceder. Es decir, la versión local y humilde de la histórica institución valenciana de “Tribunal de las Aguas”. En una tarde de fin de verano hablamos con Victoriano Olmo Descalzo, alcalde de aguas de Casas del Rey, concretamente del sistema de riego denominado “Huerta de la Perrilla”. Victoriano, que transpira bonhomía y confianza nada más hablar con él (por algo fue elegido “alcalde de aguas”), combina en su charla el recuerdo de todo el aprovechamiento hortícola de la aldea con la vida cotidiana en Casas del Rey. Eran cinco los sistemas de riego de Casas del Rey: Huertas de la Fuente de la Reina, Perrilla, Balsa de los Mudos, Presa Ramas y Hortelanos. La aldea siempre se ha considerado privilegiada por la abundancia de fuentes y manantiales.

Victoriano nació en la misma Casas del Rey el 26 de mayo de 1923, hijo de una casarreño y una casamoyera, a pesar de que, como él advierte, las dos aldeas se llevaban “como el perro y el gato”, aludiendo a que los de Casas de Moya “daban mucha guerra”. Fue a la escuela hasta los 11 años siendo alumno primero de D. Julián y después de D. Ezequiel, quienes impartían clase en una casa privada de la aldea. A los 11 años tuvo que dejar la escuela para empezar  trabajar en el campo, donde ejerció de agricultor, mulatero y mozo. También aprendió el oficio de barbero y junto con su hermano “arreglaban” a la aldea.

Sus recuerdos de aquellos tiempos están llenos de buenos ratos en una aldea que según sus palabras “había mucha armonía”, a pesar de que eran épocas de escasez. Acudían a la casa del Tío Agapito Cañas a oír la única radio que existía en la aldea y manifestaban un deseo unánime: “si esto se viera...”. Y al final se vio y vino la televisión, pero la primera que se instaló fue en el caserío de Casa Nueva donde acudían desde Casas del Rey para verla, ya que el Tío Julio Pérez “El Molinero” la ponía en el portal de la casa para que todo el mundo pudieramdisfrutar del invento. El fútbol era todo un acontecimiento y Victoriano jugó con el equipo de Casas del Rey hasta los 45 años y también formó parte de un efímero grupo de teatro en la aldea que interpretó “Las lagarteranas”, escenificando la obra en la aldea y también en Venta del Moro y los vecinos-rivales de Casas de Moya. Fueron tiempos de estraperlo, cuando algún casarreño atravesaba toda la Derrubiada hasta el molino de Venta del Moro con sacos de 50 kilos a la espalda; tiempos de acudir en los años malos a por trigo bueno a Las Navas, Tarazona, Iniesta... o de pasar toda una semana labrando en la Derrubiada durmiendo al raso o en alguna casilla. También se acuerda de los muchos días de caza: “me conocía el monte romero por romero, mucho antes de los cotos”.

El riego de la Huerta de la Perrilla (situado más arriba de la balsa y casa de Los Mudos) se secó hace más de diez años, pero en su día tuvo también su sistema de riego con los turnos de toma de agua que aprovechaban todas las horas del día y la noche de la semana. Victoriano aún conserva su libreta con los turnos de riego y anotaciones de carácter económico. Algunas veces, estos turnos no se respetaban y Victoriano debía intervenir en los conflictos como buen alcalde de aguas. Dos veces al año se procedía al “saque” o limpieza de la acequia que Victoriano se encargaba de ordenar y pagar. “Aún se me deben perras de los últimos saques”.

En otros riegos, los saques eran realizados por los propios hortelanos. Victoriano se ilusiona con los recuerdos de la aldea: el cine que proyectaba un vecino de Casas de Pradas en el Bar de Carrasco; las antiguas ollerías que se trasladaron a Venta del Moro al igual que la primera fábrica de alcoholes de Vento Galindo; los hornos de la Tía Manuela y el de la tía Severina; el Bar-Baile de Saturnino Berlanga; el destilado del espliego...

También recuerda todas las fiestas y tradiciones que se celebraban en la aldea: la hoguera de San Antón que se realizaba por barrios; la fiesta de San Julián “el Cestero”, día en que se quemaban las cestas viejas en una hoguera; San Blas; la emoción de lavarse la cara antes de que amaneciera en la noche de San Juan; la cuelga del judas; la enramada de la que se colgaban Virgen de las Mercedes. También Victoriano es un habitual coplero de la Virgen de las Mercedes, cuyo Mayo se le sigue cantando la noche del 30 de abril, aunque ya no esté el Tío Florentino para disparar un tiro en medio del mayo como era costumbre. Durante la conversación, Victoriano hace varias muecas de pena, pues aún tiene muy reciente la muerte de su mujer, Carmen Huerta Murcia, también de Casas del Rey. Ahora pasa las semanas entre Venta del Moro, Los Marcos y Utiel donde viven su hijo Victorio (que fue alcalde de Casas del Rey), Pili y Juan. Su alegría son los ocho nietos que tiene y que le ayudan a sobrellevar la pérdida de su mujer. Cuando le toca pasar la semana en Venta del Moro, aprovecha para coger el atajo e ir a Casas del Rey “a jugar la partida”, mientras la Asociación de Jubilados de la aldea, de la que es miembro, le invita a ir de viaje con ellos: “pero, yo, sin mi mujer...”.

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

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