UN DÍA DE DISFRUTE PILLANDO PÁJAROS: LA CAZA CON LIGA

Autor: Javier García "Chole"; colaborador Julián Gómez García

"Había que salir temprano, con la fresca", ése era el particular calvario de un crío de 10 años cuando tenía que "mover" para ir a "pillar" pájaros, pero la experiencia valía la pena. Los días anteriores, mi amigo, mayor que yo y experto en estas lides, ya se había encargado de ir a por esparto, lo encontraba en los alrededores de la Venta, en cualquier montículo o cañada; tenía que ser flexible y que midiese más o menos "palmo y poco", lo quemaba por las puntas, ya que si lo cortaba con tijeras se "esgarraba".

Después llegaba algo muy importante y esencial, la preparación de la LIGA, muy sencillo por cierto, pero todo un ritual. Se hacía un pequeño fuego y sobre él un bote viejo, colocábamos en su interior crepé (suela de zapato) a trozos y aceite de oliva viejo o rancio, lo removíamos lentamente hasta deshacerse. A continuación le añadíamos "pedriega" comprada en la Droguería de Tonín, y que había que introducir ya machacada y echa en polvo, esperábamos y se conseguía una masa oscura y pegajosa: la liga. No obstante, se probaba la consistencia y efectividad de la liga con las plumas sueltas de alguna gallina vieja que mi amigo tenía en su corral.

El madrugón del día siguiente fue considerable. Salimos en bicicleta cargados con almuerzo, agua fresca, el jaulón y demás menesteres. Ya habíamos decidido el paraje: el "Paso de los Aldabones"; aunque había otros muchos como La Fuente de los Pinos Altos, La Noria, La Fuente del Enebro, La Reguerilla o Reguereta, o la Fuente del Tío Cañamón.

Llegamos pronto y cansados, pero con ilusión.

Nos dispusimos a construir "el puesto" con ramas secas de pinos, hojarascas y broza de cualquier índole para desde allí observar la entrada de pájaros. Era la hora de untar el esparto con la liga y colocarlo clavado en la tierra húmeda de la orilla de la rambla, de forma que al entrar a beber, el pájaro tuviese que abrir paso. Tocaba esperar, de 9´30 a 11´30 es cuando mejor entran. No nos movíamos en el puesto, sólo algún tábano nos hacía maldecir. El resto era disfrutar y gozar de una mañana de campo, oír el rumor de las hojas de los chopos o el vibrar de las alas de los muchos "soplacandiles" que merodeaban en los juncos.

Acabó la mañana, nos llevábamos 10 buenos pájaros en el jaulón, 5 jilgueros, 3 verdecillos y dos pardillos, sólo una totovía se nos escapó.

Cojimos muchos más, pero mi amigo como buen "pillador" hizo soltar las hembras, los viejos y algunos machos jóvenes para favorecer su reproducción, dejando sólo los buenos, generalmente los machos adultos, ya que su cante es superior y poderoso. Una vez en casa, los dejábamos en el jaulón durante 4 ó 5 días para que aprendiesen a comer y beber solos y en cautividad. No es conveniente separarlos ya que alguno puede morir.

Pasados los días yo elegí un pardillo (son los mejores), que hilaba fino en el cante y lo deposité en mi jauleta. Mi amigo se quedó un jilguero y un verdecillo. Los otros siete los soltamos con pena, pero con alegría a la vez.

Nuestras casas, como la mayoría de casas de nuestro pueblo, amanecían con el canto celestial de estas pequeñas y maravillosas aves.

Hoy en día, este arte de caza ha desaparecido afortunada o desgraciadamente según se mire, en parte debido a la gran sequía que padecemos y a los pesticidas agrícolas que han hecho mella en esta delicada cabaña de aves de nuestro entorno. No obstante, se aprecia en estas últimas fechas una ligera recuperación de estas especies.

Solamente algún desaprensivo cazador furtivo los pilla en cantidad y con redes para venderlos posteriormente en mercadillos de la capital, aunque no es habitual por suerte y menos en nuestro pueblo.

Desde aquí agradecer a Julián Gómez, "mi amigo" en esta historia real, por su colaboración y por ser tan buen amante de la naturaleza y nuestro entorno. "Como tiene que ser".

Asociación Cultural Amigos de Venta del Moro

Lebrillo 16